Siete años después del accidente nuclear de Fukushima, ocurrido en Japón el 11 de marzo de 2011 tras un terremoto y un tsunami, la alta radiactividad en las zonas adyacentes aún persiste.
Aguas radiactivas siguen vertiéndose en el océano Pacífico y sus efectos en la salud son devastadores.
Estudios confirman sobre los riesgos que supone estar expuestos a la radiactividad y cómo la exposición a largo plazo podría incidir en multiplicación de células cancerígenas.
En 2015 se confirmó el primer caso de cáncer tras el accidente nuclear en Fukushima. Un trabajador de la planta fue diagnosticado de leucemia.
La radiactividad afecta la fertilidad de las mujeres y también puede provocar malformaciones y daños cerebrales en el feto.
Al estar expuestas al yodo-131, las embarazadas tienen mayor riesgo de presentar un aborto involuntario, muerte del feto y otras complicaciones.
Estudios han demostrado los efectos de la radiactividad en la glándula tiroides de los recién nacidos. Entre marzo y junio de 2011 hubo mayor reporte de casos de niños con problemas de tiroides en las zonas costeras del Pacífico.
Luego del accidente nuclear en Fukushima, más de una docena de niños japoneses desarrollaron cáncer de tiroides, mientras que otros están en riesgo de padecer esta enfermedad.
El yodo radiactivo se acumula en las glándulas tiroideas y causan este tipo de cáncer. Los niños son la población más vulnerable y la enfermedad se desarrolla lentamente.
Una alta dosis de radiación causa quemaduras en la piel, hematomas, inflamación en las zonas expuestas o síndrome de irradiación aguda.
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