2 de octubre no se olvida | Blog | teleSUR
2 octubre 2018
2 de octubre no se olvida

Durante cincuenta años,  la consigna con la cual el movimiento estudiantil mexicano se manifestó ha tenido como  lema central de su identidad e historia el: “2 de octubre no se olvida”. Hace cinco décadas en la Plaza de la Tres Culturas de Tlatelolco (complejo urbano donde convergen las ruinas prehispánicas del último lugar de la resistencia indígena contra la guerra de la conquista española, donde también se erige el ex convento de Santiago Tlatelolco y los entonces modernos edificios habitacionales  de los años sesenta) aconteció a partir de las 18:10 horas la matanza estudiantil y popular que ejerció el gobierno del presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970).

2 de octubre no se olvida

Para ese entonces alrededor de la Plaza también convergían dos escuelas del Instituto Politécnico Nacional (IPN): la Prevocacional número 4 y la Vocacional número 7. En la primera de ellas yo había estudiado en aquellos años de la segunda década de los años sesenta. La Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco de hecho era un bastión insurrecto. Por ello el gobierno mexicano había contemplado a diez días de que se inauguraran los Juegos Olímpicos (primeros en un país subdesarrollado y transmitidos por primera vez en la televisión a color), darle un golpe definitivo a la rebelión estudiantil y juvenil. Las instalaciones del IPN en el Casco de Santo Tomás donde se había ofrecido la mayor resistencia a los ataques del ejército y de la policía estaban ocupadas por los militares Así, el operativo contrainsurgente del gobierno, era acorralar a los diez mil estudiantes en huelga reunidos con sus padres, niños, vecinos y simpatizantes del movimiento en ese momento en la plaza. La estrategia paramilitar era tenderles un cerco alrededor de todos ellos para que no tuvieran escapatoria. Apostados en los techos de los edificios y en algunas viviendas los grupos paramilitares (Batallón Olimpia, entre ellos identificados con guantes blancos, esperaban la señal para iniciar la matanza). Pero también abundaban periodistas y fotógrafos nacionales e internacionales, que estaban ahí para cubrir la Olimpiada. Así, que resultaba imposible ocultar la masacre.

El movimiento estudiantil a través de su Consejo Nacional de Huelga (CNH) tenía un pliego petitorio de seis puntos. Entre ellos la libertad de todos los presos políticos, fueran o no estudiantes (como el ex líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo y el líder del Partido Comunista Mexicano, Valentín  Campa). Todo ello se pedía a través de un diálogo público con el gobierno y el CNH. Esa mañana del 2 de octubre dos emisarios presidenciales en casa del Rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, se habían  reunido con los voceros de los estudiantes en huelga. La propuesta gubernamental era continuar con las pláticas en la Casa del Lago de la Universidad en el Bosque de Chapultepec. Sin embargo, la trampa ya estaba concertada. Tal como le aconteció en 1919 a Emiliano Zapata y en 1923  a Francisco Villa cuando los acribillaron  cuando aceptaron las negociaciones con el gobierno.

A las 18:10 horas de ese 2 de octubre que quiso ser un 2 de noviembre mexicano (día de muertos), de uno de los dos helicópteros que sobrevolaban la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, se arrojan dos luces de Bengala (una roja y una verde). Era la señal de dar inicio a la matanza. Al mismo tiempo que provenientes de otros puntos de la ciudad llegaban a los alrededores de Tlatelolco contingentes de soldados que descendieron de sus transportes  a bayoneta calada y se enfilaron a la Plaza de las Tres Culturas.

En todo el entorno de la Plaza se escuchaban los tiros y las balas cruzadoras surcaron el espacio. No se me olvidan esos momentos, no me dio miedo a mis 16 años. Me dio coraje el estar desarmado. Las balas provenían de todos lados. Yo me había ocultado cerca de la Torre de la Cancillería entre la banqueta y un automóvil resguardándome de las ráfagas provenientes de lo más alto del edificio Chihuahua. Entre otros vi  a un voluntario de la Cruz Roja que se derrumbaba por los mismos disparos.

Como a las ocho de la noche por el tableteo de la metralla, se ve el incendio en la parte alta del edifico Chihuahua, más tarde comenzó la lluvia que más se parecían a las lágrimas   de las madres preocupadas por sus hijos que no llegaban  a sus casas.  Los sonidos de las sirenas de la Cruz Roja deambulaban por varios puntos de la ciudad anunciando la masacre.

En un primer momento el gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI) reconoció la muerte de 20 personas. Sin embargo, para 1993 la Comisión de la Verdad llegó a señalar que en esos acontecimientos se dispararon 15 mil proyectiles y se estimaron en más de 300 los fallecidos por la violencia gubernamental. A lo que se sumaron más de 700 heridos y cinco mil estudiantes y opositores al gobierno detenidos. Años más tarde el 10 de junio de 1971, los estudiantes quisimos volver a salir a protestar y marchar por la ciudad de México. Sin embrago, volvió a repetirse cerca de la Normal de Maestros en las calles de San Cosme, una nueva matanza realizada por otro grupo paramilitar, los llamados Halcones.  A lo largo de todo ese tiempo el movimiento estudiantil mexicano sufrió  distintas ofensivas represivas  por el gobierno priísta. La más reciente matanza aconteció al concluir el 26 y en el filo de la madrugada del 27 de septiembre de 2014, cuando las policías del estado de Guerrero y grupos de sicarios al servicio del narcotráfico en complicidad con las autoridades de Iguala ligadas al Partido de la Revolución Democrática (PRD), de supuesta izquierda,  asesinan  a estudiantes y población civil. Así como desaparecen a 43 alumnos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapan, que habían recuperado transportes para trasladarse a la marcha del 2 de octubre de aquel fatídico año de 2014.  

De ahí que en 50 años resulta para la memoria histórica del movimiento estudiantil y popular mexicano, revalorar el impacto que tuvo aquel año en el imaginario político y cultural del país pero también de  América Latina y el mundo. Las protestas y actos de rebeldía de los estudiantes y jóvenes partícipes no fueron exclusivos de México. Tampoco es posible reducir los acontecimientos históricos de ese año trascendental al “Mayo francés” o a la “Primavera de Praga”. En diferentes partes del mundo y de manera particular en América Latina y el Caribe, se experimentaron una serie de sucesos que agitaron políticamente a varios países del orbe. No sólo se trataba de alcanzar libertades políticas y establecer un nuevo orden democrático. El derrocamiento de gobiernos,  resistencia al imperialismo estadounidense y a dictaduras militares, la búsqueda de alternativas vía pacífica o armada, la reivindicación de derechos laborales, entre otros, fueron las motivaciones que causaron diversas convulsiones políticas.

 Los diversos movimientos juveniles y estudiantiles tuvieron características específicas  y sus interacciones con grupos sociales, organizaciones y partidos políticos jugaron un papel importante en el devenir histórico de sus países. Todo ello en el contexto de la guerra fría, la influencia de la Revolución Cubana y de las luchas en Vietnam, así como las manifestaciones de la contracultura.

En el caso mexicano, durante el gobierno del presidente Díaz Ordaz, se arribó a uno de los periodos más críticos desde la perspectiva política, ya que se seguía manteniendo relativamente una gestión relativamente populista en lo social. Entre 1965 y 1970  el reparto agrario continuó beneficiando a 370 mil campesinos con más de 23 millones de hectáreas. Sin embargo, se señaló que muchos de esos repartos agrarios fueron más simbólicos que reales, o bien, se repartieron tierras de baja calidad.  La Agencia Central de Inteligencia colaboraba y asesoraba en las decisiones del presidente.

El desarrollo del movimiento estudiantil y popular abarcó propiamente un periodo que inició el 26 de julio con dos marchas estudiantiles, una encabezada por estudiantes del Instituto Politécnico Nacional y la otra por  agrupaciones de estudiantiles, de jóvenes y políticas en solidaridad con la Revolución Cubana. La culminación de ese movimiento finalmente concluyó dos meses después de la matanza de estudiantes el 2 de octubre, en diciembre cuando se ordenó el levantamiento de la huelga estudiantil al desaparecer el Consejo Nacional de Huelga. Es también una etapa que se vive en medio de un clima ferozmente anticomunista, propio de la época de la guerra fría. Tal ambiente quedó plasmado de manera gráfica en la prensa escrita y en otros medios de comunicación como la radio y la televisión donde figuraban una serie de expresiones que retrataban fielmente el discurso oficial prevaleciente en esos momentos. Tal como el que se describe en la sección editorial de uno de los diarios más aduladores al gobierno mexicano, ahí se señalaba, acusaba y denostaba lo acontecido durante los enfrentamientos entre los estudiantes y la policía ocurridos en el centro de la ciudad de México aquel 26 de julio de 1968.

El viernes último vivió nuestra metrópoli unas horas de escándalo y vandalismo en las más céntricas avenidas de la urbe.  A la sombra de una manifestación estudiantil se produjo otra, de comunizantes y profesionales del desorden, que se dedicaron al asalto de autobuses, apedrear y robar establecimientos comerciales, injuriar y agredir a los transeúntes y provocar la represión de las fuerzas policiacas.  El resultado del zafarrancho fue de numerosos heridos, dos camiones convertidos en piras, aparadores destruidos e incalculables daños y prejuicios para el vecindario.

Desde luego hay que señalar y destacar que en la acción depredatoria de los manifestantes, hubo grupos de escolares azuzados por agitadores de etiqueta roja; pero que principalmente el desorden fue provocado por extranjeros de filiación comunista, en su mayor parte huéspedes ilegales de nuestro país y sobre quienes debe recaer con mayor rigor el castigo por las fechorías realizadas.  Aparte sus pasaportes, unos auténticos y otros falsos, los motineros se identificaron plenamente como peones de ajedrez del marxismo-leninismo por sus arengas, sus excitativas de destrucción y los cartelones en que hacían profesión de fe a favor del Che Guevara, Fidel Castro, Mao y demás apóstoles del odio y la anarquía (El Sol de México, 29/07/68, p. 67).

Medio siglo después, el régimen priísta por fin parece que  va a derrumbarse. El primero de julio de 2018, la alianza del Partido del Trabajo (PT) , Movimiento de Regeneración Nacional (MRN) y Partido Encuentro Social (PES) llevando como candidato a la presidencia a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ganan en contundente victoria electoral a la derecha mexicana.

El sábado 29 de septiembre en Tlatelolco, AMLO, ante miles de personas afirmó: “somos una generación que creció con el dolor del 2 de octubre de 1968, pero también con el impulso de aquellos jóvenes de luchar por un país mejor”.  Agregando: “Nunca más se utilizará al Ejército para reprimir al pueblo “. El próximo primero de diciembre de 2018, asumirá Andrés Manuel la presidencia de la República Mexicana. Pero en la conciencia y en la memoria de los jóvenes de ahora y mañana, habrá que fundir  firmemente que el 2 de octubre no se olvida.

Durante cincuenta años,  la consigna con la cual el movimiento estudiantil mexicano se manifestó ha tenido como  lema central de su identidad e historia el: “2 de octubre no se olvida”. Hace cinco décadas en la Plaza de la Tres Culturas de Tlatelolco (complejo urbano donde convergen las ruinas prehispánicas del último lugar de la resistencia indígena contra la guerra de la conquista española, donde también se erige el ex convento de Santiago Tlatelolco y los entonces modernos edificios habitacionales  de los años sesenta) aconteció a partir de las 18:10 horas la matanza estudiantil y popular que ejerció el gobierno del presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970).

Para ese entonces alrededor de la Plaza también convergían dos escuelas del Instituto Politécnico Nacional (IPN): la Prevocacional número 4 y la Vocacional número 7. En la primera de ellas yo había estudiado en aquellos años de la segunda década de los años sesenta. La Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco de hecho era un bastión insurrecto. Por ello el gobierno mexicano había contemplado a diez días de que se inauguraran los Juegos Olímpicos (primeros en un país subdesarrollado y transmitidos por primera vez en la televisión a color), darle un golpe definitivo a la rebelión estudiantil y juvenil. Las instalaciones del IPN en el Casco de Santo Tomás donde se había ofrecido la mayor resistencia a los ataques del ejército y de la policía estaban ocupadas por los militares Así, el operativo contrainsurgente del gobierno, era acorralar a los diez mil estudiantes en huelga reunidos con sus padres, niños, vecinos y simpatizantes del movimiento en ese momento en la plaza. La estrategia paramilitar era tenderles un cerco alrededor de todos ellos para que no tuvieran escapatoria. Apostados en los techos de los edificios y en algunas viviendas los grupos paramilitares (Batallón Olimpia, entre ellos identificados con guantes blancos, esperaban la señal para iniciar la matanza). Pero también abundaban periodistas y fotógrafos nacionales e internacionales, que estaban ahí para cubrir la Olimpiada. Así, que resultaba imposible ocultar la masacre.

El movimiento estudiantil a través de su Consejo Nacional de Huelga (CNH) tenía un pliego petitorio de seis puntos. Entre ellos la libertad de todos los presos políticos, fueran o no estudiantes (como el ex líder ferrocarrilero Demetrio Vallejo y el líder del Partido Comunista Mexicano, Valentín  Campa). Todo ello se pedía a través de un diálogo público con el gobierno y el CNH. Esa mañana del 2 de octubre dos emisarios presidenciales en casa del Rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, se habían  reunido con los voceros de los estudiantes en huelga. La propuesta gubernamental era continuar con las pláticas en la Casa del Lago de la Universidad en el Bosque de Chapultepec. Sin embargo, la trampa ya estaba concertada. Tal como le aconteció en 1919 a Emiliano Zapata y en 1923  a Francisco Villa cuando los acribillaron  cuando aceptaron las negociaciones con el gobierno.

A las 18:10 horas de ese 2 de octubre que quiso ser un 2 de noviembre mexicano (día de muertos), de uno de los dos helicópteros que sobrevolaban la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, se arrojan dos luces de Bengala (una roja y una verde). Era la señal de dar inicio a la matanza. Al mismo tiempo que provenientes de otros puntos de la ciudad llegaban a los alrededores de Tlatelolco contingentes de soldados que descendieron de sus transportes  a bayoneta calada y se enfilaron a la Plaza de las Tres Culturas.

En todo el entorno de la Plaza se escuchaban los tiros y las balas cruzadoras surcaron el espacio. No se me olvidan esos momentos, no me dio miedo a mis 16 años. Me dio coraje el estar desarmado. Las balas provenían de todos lados. Yo me había ocultado cerca de la Torre de la Cancillería entre la banqueta y un automóvil resguardándome de las ráfagas provenientes de lo más alto del edificio Chihuahua. Entre otros vi  a un voluntario de la Cruz Roja que se derrumbaba por los mismos disparos.

Como a las ocho de la noche por el tableteo de la metralla, se ve el incendio en la parte alta del edifico Chihuahua, más tarde comenzó la lluvia que más se parecían a las lágrimas   de las madres preocupadas por sus hijos que no llegaban  a sus casas.  Los sonidos de las sirenas de la Cruz Roja deambulaban por varios puntos de la ciudad anunciando la masacre.

En un primer momento el gobierno del Partido Revolucionario Institucional (PRI) reconoció la muerte de 20 personas. Sin embargo, para 1993 la Comisión de la Verdad llegó a señalar que en esos acontecimientos se dispararon 15 mil proyectiles y se estimaron en más de 300 los fallecidos por la violencia gubernamental. A lo que se sumaron más de 700 heridos y cinco mil estudiantes y opositores al gobierno detenidos. Años más tarde el 10 de junio de 1971, los estudiantes quisimos volver a salir a protestar y marchar por la ciudad de México. Sin embrago, volvió a repetirse cerca de la Normal de Maestros en las calles de San Cosme, una nueva matanza realizada por otro grupo paramilitar, los llamados Halcones.  A lo largo de todo ese tiempo el movimiento estudiantil mexicano sufrió  distintas ofensivas represivas  por el gobierno priísta. La más reciente matanza aconteció al concluir el 26 y en el filo de la madrugada del 27 de septiembre de 2014, cuando las policías del estado de Guerrero y grupos de sicarios al servicio del narcotráfico en complicidad con las autoridades de Iguala ligadas al Partido de la Revolución Democrática (PRD), de supuesta izquierda,  asesinan  a estudiantes y población civil. Así como desaparecen a 43 alumnos de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapan, que habían recuperado transportes para trasladarse a la marcha del 2 de octubre de aquel fatídico año de 2014.  

De ahí que en 50 años resulta para la memoria histórica del movimiento estudiantil y popular mexicano, revalorar el impacto que tuvo aquel año en el imaginario político y cultural del país pero también de  América Latina y el mundo. Las protestas y actos de rebeldía de los estudiantes y jóvenes partícipes no fueron exclusivos de México. Tampoco es posible reducir los acontecimientos históricos de ese año trascendental al “Mayo francés” o a la “Primavera de Praga”. En diferentes partes del mundo y de manera particular en América Latina y el Caribe, se experimentaron una serie de sucesos que agitaron políticamente a varios países del orbe. No sólo se trataba de alcanzar libertades políticas y establecer un nuevo orden democrático. El derrocamiento de gobiernos,  resistencia al imperialismo estadounidense y a dictaduras militares, la búsqueda de alternativas vía pacífica o armada, la reivindicación de derechos laborales, entre otros, fueron las motivaciones que causaron diversas convulsiones políticas.

 Los diversos movimientos juveniles y estudiantiles tuvieron características específicas  y sus interacciones con grupos sociales, organizaciones y partidos políticos jugaron un papel importante en el devenir histórico de sus países. Todo ello en el contexto de la guerra fría, la influencia de la Revolución Cubana y de las luchas en Vietnam, así como las manifestaciones de la contracultura.

En el caso mexicano, durante el gobierno del presidente Díaz Ordaz, se arribó a uno de los periodos más críticos desde la perspectiva política, ya que se seguía manteniendo relativamente una gestión relativamente populista en lo social. Entre 1965 y 1970  el reparto agrario continuó beneficiando a 370 mil campesinos con más de 23 millones de hectáreas. Sin embargo, se señaló que muchos de esos repartos agrarios fueron más simbólicos que reales, o bien, se repartieron tierras de baja calidad.  La Agencia Central de Inteligencia colaboraba y asesoraba en las decisiones del presidente.

El desarrollo del movimiento estudiantil y popular abarcó propiamente un periodo que inició el 26 de julio con dos marchas estudiantiles, una encabezada por estudiantes del Instituto Politécnico Nacional y la otra por  agrupaciones de estudiantiles, de jóvenes y políticas en solidaridad con la Revolución Cubana. La culminación de ese movimiento finalmente concluyó dos meses después de la matanza de estudiantes el 2 de octubre, en diciembre cuando se ordenó el levantamiento de la huelga estudiantil al desaparecer el Consejo Nacional de Huelga. Es también una etapa que se vive en medio de un clima ferozmente anticomunista, propio de la época de la guerra fría. Tal ambiente quedó plasmado de manera gráfica en la prensa escrita y en otros medios de comunicación como la radio y la televisión donde figuraban una serie de expresiones que retrataban fielmente el discurso oficial prevaleciente en esos momentos. Tal como el que se describe en la sección editorial de uno de los diarios más aduladores al gobierno mexicano, ahí se señalaba, acusaba y denostaba lo acontecido durante los enfrentamientos entre los estudiantes y la policía ocurridos en el centro de la ciudad de México aquel 26 de julio de 1968.

El viernes último vivió nuestra metrópoli unas horas de escándalo y vandalismo en las más céntricas avenidas de la urbe.  A la sombra de una manifestación estudiantil se produjo otra, de comunizantes y profesionales del desorden, que se dedicaron al asalto de autobuses, apedrear y robar establecimientos comerciales, injuriar y agredir a los transeúntes y provocar la represión de las fuerzas policiacas.  El resultado del zafarrancho fue de numerosos heridos, dos camiones convertidos en piras, aparadores destruidos e incalculables daños y prejuicios para el vecindario.

Desde luego hay que señalar y destacar que en la acción depredatoria de los manifestantes, hubo grupos de escolares azuzados por agitadores de etiqueta roja; pero que principalmente el desorden fue provocado por extranjeros de filiación comunista, en su mayor parte huéspedes ilegales de nuestro país y sobre quienes debe recaer con mayor rigor el castigo por las fechorías realizadas.  Aparte sus pasaportes, unos auténticos y otros falsos, los motineros se identificaron plenamente como peones de ajedrez del marxismo-leninismo por sus arengas, sus excitativas de destrucción y los cartelones en que hacían profesión de fe a favor del Che Guevara, Fidel Castro, Mao y demás apóstoles del odio y la anarquía (El Sol de México, 29/07/68, p. 67).

Medio siglo después, el régimen priísta por fin parece que  va a derrumbarse. El primero de julio de 2018, la alianza del Partido del Trabajo (PT) , Movimiento de Regeneración Nacional (MRN) y Partido Encuentro Social (PES) llevando como candidato a la presidencia a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ganan en contundente victoria electoral a la derecha mexicana.

El sábado 29 de septiembre en Tlatelolco, AMLO, ante miles de personas afirmó: “somos una generación que creció con el dolor del 2 de octubre de 1968, pero también con el impulso de aquellos jóvenes de luchar por un país mejor”.  Agregando: “Nunca más se utilizará al Ejército para reprimir al pueblo “. El próximo primero de diciembre de 2018, asumirá Andrés Manuel la presidencia de la República Mexicana. Pero en la conciencia y en la memoria de los jóvenes de ahora y mañana, habrá que fundir  firmemente que el 2 de octubre no se olvida.


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Perfil del Bloguero
Nació en la ciudad de México, es Doctor en Estudios Latinoamericanos e investigador titular del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC) de la UNAM. Entre sus libros figuran: El pensamiento de Francisco Morazán (1992, 2000, 2003, 2007 y 2019); El narcotráfico en América Latina (2004 y 2008), Minorías sociales en América Latina (2014) . Recibió Mención Premio Casa de las América (2003).
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