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    Lo que sucedió durante esa tarde en este lugar, en donde la República Árabe Saharaui Democrática asienta su Gobierno en el exilio, quedará para siempre entre los más bellos recuerdos de toda mi vida.

El hecho de que haya una boda sólo para las familias nos muestra cómo aquí, mucho más que en nuestros países, los casamientos son considerados un hecho mucho más colectivo que individual.

Probablemente, no exista mejor ocasión para conocer un pueblo, su gente y su idiosincrasia que asistir a un casamiento. Por supuesto, no es algo fácil, pero cuando sucede, sea en Chechenia, Colombia, Japón o Afganistán, uno siente que penetró varias capas en el conocimiento de una cultura, que vio con sus propios ojos un evento en el que las personas se muestran tal como son, con mucho maquillaje pero sin máscaras.

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Tuve la enorme suerte de presenciar una boda en los campamentos de refugiados del pueblo saharaui, en el sur de Argelia. Lo que sucedió durante esa tarde en este lugar, en donde la República Árabe Saharaui Democrática asienta su Gobierno en el exilio, quedará para siempre entre los más bellos recuerdos de toda mi vida. Marcado a fuego en mi alma, mi corazón y mis retinas.

Mi amiga Fatemetu, que me alojaba en su casa junto al resto de su familia, me formuló la propuesta:

-Hay un casamiento esta tarde, ¿Querés venir?
"Por supuesto", le dije, sin dudarlo ni un instante.
-Pero mirá que no tengo conmigo ninguna ropa muy elegante, eh...
-No te preocupes: acá lo único que importa es la presencia y las ganas de celebrar.

Fue así que, a las cinco de la tarde (con un jean, zapatillas llenas de arena y una vieja camisa) empezamos a caminar por las calles de polvo y las casas de adobe y ladrillo a la vista, en el desierto más extenso del planeta. El sol comenzaba a caer y, tras recorrer los caminos del campamento durante cinco minutos, empezamos a escuchar a lo lejos el continuo percutir de un tambor...

Llegamos, finalmente, a una jaima, que son las carpas (inmensas) que los saharauis levantan en medio del desierto y al entrar quedé realmente deslumbrado: más de cien mujeres, todas vestidas con sus melfas de gala (los vestidos que usan), de todos los colores, maquilladas de fiesta, con pulseras, anillos, aros metálicos y las manos pintadas con motivos arabescos, en henna. Una belleza impresionante, todas juntas, alegres, allí en la jaima...¡Cien mujeres...y yo!

Apenas entramos, le pregunté a mi amiga si mi presencia allí estaba permitida.

-Sí, claro, porque sos extranjero. Aquí, hombres y mujeres festejan por separado, y también cada familia. Nos encanta celebrar, ¡Hay como 4 fiestas diferentes!
-¿Y dónde están los novios?
-No: ellos no están. Están casándose en Tindouf, en un salón al sur de Argelia. Esta fiesta es sólo para los familiares.

¡Era todo tan diferente a lo que son nuestros casamientos! ¡Qué maravilla la diversidad de culturas en el planeta! El hecho de que haya una boda sólo para las familias nos muestra cómo aquí, mucho más que en nuestros países, los casamientos son considerados un hecho mucho más colectivo que individual (la unión entre dos personas). Y la fiesta en la que estuve, la femenina, fue de las más hermosas que vi en toda mi vida. Aún ahora lo recuerdo y me emociono...

Las cientos de mujeres en la jaima bailaban, todas a su turno, danzas del desierto y la cultura saharaui. Sólo había dos hombres más, además de mí, y eran los músicos. Ellos tocaban y cantaban melodías en idioma hassaniya (había cantantes femeninas también) y las asistentes a la fiesta entraban en trance. Aplausos, frenesí y alegría, y algo muy típico de las mujeres en esta zona del mundo, que es el sonido que se genera al gritar en forma aguda a la vez que se mueve la lengua rápidamente hacia ambos lados de la boca. Un éxtasis total de entusiasmo, identidad y algarabía colectiva y compartida.

La mejor parte, sin embargo, y luego de tres horas de música, sucedió cuando los familiares del novio se acercaron a la jaima de los parientes de la novia (donde estaba yo). En el horizonte polvoriento, comenzaron a aparecer camionetas, que arribaban en caravana, y eso desató el delirio entre las asistentes: el tan esperado encuentro entre ambas familias.

Foto: Fernando Duclos

Todas las mujeres, así, salieron a recibir a los recién llegados y la fiesta y la música se trasladaron hacia afuera. Había también dátiles, leche de camello, carne, caramelos, frutos secos... ¡Todo tipo de agasajo para los nuevos asistentes! Y ya bajo la luz de las estrellas, las cabras en los corrales fueron testigos privilegiados de la alegría que puede haber también en un campo de refugiados: ¡Qué viva la música!

Por mi parte, yo estaba asombrado, maravillado y sorprendido. Gente tan feliz en un lugar tan carenciado; al cabo así también es como se resiste (con felicidad). Es la mejor forma. Y así también se defiende la cultura de uno, sus tradiciones, su identidad, la del pueblo saharaui en este caso. La fiesta, que había arrancado al mediodía, se extendería hasta pasada la medianoche...

Yo me fui a eso de las 22, muy contento y cansado, cuando se preparaba la gran comilona para todos los invitados (con carne de camello como plato principal): Fatemetu debía marcharse, y no sabía cómo volver solo en la noche cerrada y desértica. Me marché así con el corazón lleno, exultante. El casamiento saharaui quedará por siempre en mí. ¡Un brindis -con té- por los novios (y sus familias), por el desierto y por las tradiciones y la cultura de los pueblos!


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