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Informe Celag. Desmitificando el ahorro: hacia una economía del pleno empleo

| Foto: El ahorro es esecencial para el desarrollo económico

Publicado 5 abril 2017



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La paradoja del ahorro sin duda tiene un grado poderoso de intuición económica. ¿Por qué ha sido marginada del debate? Hay poderes a los que les interesa mantener una hegemonía sobre el ahorro y su papel como virtud máxima del capitalismo. Les ha interesado construir al mecanismo del ahorro como una ley natural inmutable e irrefutable.

1. Origen del ahorro como sentido común económico.

La idea generalizada que un hogar no puede consumir más allá de sus posibilidades se ha convertido en parte del sentido común que gobierna a las sociedades. En palabras de Rawls la austeridad forma parte del intuicionismo sobre el cual los individuos emiten juicios de valor. Esta idea extrapolada al ámbito público ha derivado en el mantra del déficit‐cero que obliga a que un gobierno tampoco puede vivir por fuera de sus “posibilidades”, convirtiendo al superávit fiscal en una política necesaria para alcanzar la prosperidad económica o pleno empleo. 

El gran problema de esta afirmación es que la lógica individual no puede ser extrapolada a los agregados, sean éstos un sistema, un conjunto de agentes o una economía. Keynes explicó este hecho como la paradoja del ahorro: cuando un grupo de personas deciden al mismo tiempo ahorrar parte de su ingreso se esperaría, bajo la lógica neoclásica del individuo, que todos consigan un ingreso mayor fruto de su ahorro; sin embargo, paradójicamente lo que ocurre es que todos los individuos terminan reduciendo sus ahorros y en peor situación que antes. ¿Por qué? Al ser el capitalismo un sistema interconectado es fácil intuir que el consumo de un agente es al mismo tiempo el ingreso de otro – personas o empresas‐. Cuando todos al mismo tiempo deciden, voluntaria o involuntariamente, ahorrar (reducir el gasto) entonces lo que ocurre es que no consumen y por ende se elimina el ingreso de otros agentes. De esta forma el ingreso agregado de la economía se desploma; al verse despojados de sus ingresos las personas dejan nuevamente de consumir reduciendo aún más el ingreso agregado. Al final este efecto en cadena da como resultado una demanda agregada deprimida que arrastra a la economía a una situación de depresión con falta de ingreso, consumo, producción y empleo.

La paradoja del ahorro sin duda tiene un grado poderoso de intuición económica. ¿Por qué ha sido marginada del debate? Hay poderes a los que les interesa mantener una hegemonía sobre el ahorro y su papel como virtud máxima del capitalismo. Les ha interesado construir al mecanismo del ahorro como una ley natural inmutable e irrefutable.

Otra de las piedras angulares de la teoría económica dominante es el supuesto que el ahorro e inversión se igualan bajo un mecanismo automático regulado por la tasa de interés. Cualquier proceso de inversión se engendra en la voluntad de los ahorradores y es por ellos que la inversión puede ver su génesis en el ahorro. La Escuela austriaca defiende la idea que el capitalista debe ser premiado por su paciencia y acumulación de capital, porque en él está la semilla de la prosperidad pues su ahorro dotará  ‐la oferta‐ los recursos necesarios para que otros agentes decidan arriesgarse e invertir.

Sin un monto considerable de ahorro no hay posibilidad de financiar la expansión en la inversión.  De hecho, Hakey sostenía que esta era la única forma segura de salir de la crisis que aquejaba al capitalismo (la gran depresión de los 30); mediante la no intervención se restablecería el equilibrio natural (ahorro igual a inversión) y con ello el pleno empleo. La teoría austriaca del ciclo económico, originaria de Von Mises y posteriormente desarrollada por Hayek, sostiene que un auge ordinario de la inversión se financia con el ahorro voluntario de los consumidores quienes verán conveniente modificar sus preferencias y renuncias a bienes de consumo por bienes de capital. Por el contrario, un auge de la inversión inducido por la banca, a través de la reducción “artificial” de la tasa de interés, alienta a los empresarios a tomar recursos de las industrias de consumo sin que exista ningún ahorro voluntario (Blaug, 2001). Para Hayek este ahorro forzoso no representaba las verdaderas preferencias de los consumidores por lo cual no era sostenible en el tiempo.  Por ende, la solución para una recesión, según Hayek, no pasaba por reducir los tipos de interés o expandir la oferta monetaria artificialmente, sino la única y verdadera cura es dejar que el sistema por si solo recobre el equilibrio, es decir, la solución de “no hacer nada” y reducir la intervención conseguiría que la mano invisible actúe para recobrar el pleno empleo.

Como comenta Mark Blaug respecto a la teoría de Hayek: “Debe permitirse que las recesiones sigan su curso natural como la fiebre, de modo que dejen su lugar al auge saludable que seguirá inevitablemente.” (Blaug, 2001 p. 587). La mano invisible es el motor del sistema neoclásico, lo único que debemos ser es pacientes y austeros que nuestra buena conducta nos llevará de nuevo a la prosperidad. Es así que el “curso natural” de los acontecimientos significa que el gobierno gaste sólo hasta sus posibilidades (ingresos) y que no intervenga en la economía pues lo único que conseguirá es agravar más la crisis en el mediano plazo.

Un presupuesto equilibrado es hasta el día de hoy un potente instrumento persuasivo para casi toda la comunidad académica de economistas y lo que es peor, es un credo de la mayoría de tecnócratas que diseñan la política económica. ¿Es posible que todos ellos tengan la razón y sólo unos pocos herejes no quieren entender una relación tan básica como el déficit cero? O por el contrario ¿nos enfrentamos a una maquinaria hermética que esconde ideología detrás de un fuselaje académico? Sin duda ha sido una estructura infranqueable. Por ende, la pregunta que nos hacemos aquellos que pensamos que la economía debe cambiar es: ¿Cómo hacer un boquete en el fuselaje neoclásico para reconducir la discusión de la austeridad y
alcanzar el pleno empleo?.

Para poder demostrar que la austeridad no es una ley natural indiscutible recurriremos, como los postkeynesianos1 lo vienen haciendo, a la identidad de los balances sectoriales. Cuando hablamos de una identidad nos referimos a una relación de variables económicas que tiene una relación fija e inmutable que no depende de supuestos o visiones ideológicas. En otras palabras, una identidad sí es una ley natural que se cumple en todos los casos. Creemos que esta aproximación es la única forma de abrir una grieta en el pensamiento económico dominante. Partir de relaciones tautológicas permitirá iniciar un debate tan marginado en círculos académicos y totalmente desconocido en el ámbito de la política pública. En resumen, la única forma de propiciar un ataque eficaz contra el pensamiento dominante debe iniciar en un campo que no genere debate y sea reconocido como campo neutral. Ese campo son los balances sectoriales.
  
2. Balances sectoriales

El PIB es por definición una identidad contable que se define (por el lado del gasto) como la suma del consumo de los hogares (C), el consumo del gobierno (G), la inversión (I) más las exportaciones (X) y menos las importaciones (M). En términos analíticos el PIB es: PIB    ≡    C+G+I+X‐M    

Como comentamos al inicio, en un sistema interconectado todo gasto de un agente es al mismo tiempo el ingreso de otro. Es así que el PIB también se define como la suma de las rentas de los factores que participan en el proceso productivo, éstos son el trabajo y el capital.  Para el propósito de este artículo es conveniente ir un paso más lejos y definir la identidad contable incorporando las relaciones con el exterior, es decir, el Producto Nacional Bruto (PNB), que es el PIB más la renta primaria netas del exterior (R), la cual se define como las rentas primarias que recibimos por el uso de nuestros recursos en el extranjero menos las rentas primarias pagadas a extranjeros en nuestro país.

NB ≡ PIB + R [2]

PNB ≡ C+G+I+X‐M+ R [3]

                                                            
1 Este debate no es nuevo y ha sido extensamente desarrollado por autores como Wynne Godley o
Randall Wray. Para una muestra ver Casadio y Paradiso (2009), Wray (2012)
.

Lo que resta para que el sistema esté completo es la acción del Estado. Por ende, al ingreso nacional se debe descontar la intervención del Estado, es decir, a la identidad [3] se debe restar los impuestos netos (T), que son el resultado del valor neto que el Estado recibe por impuestos menos las transferencias que entrega a los hogares. Si restamos los impuestos netos en [3] y reordenamos los términos, obtenemos la
siguiente relación:

(PNB‐T‐C‐I) +(T‐G) ≡ (X‐M+R) [4]

                                                      Ahorro privado   Déficit Público

El primer término del lado izquierdo en [4] señala que cualquier excedente de la producción neta de restar los impuestos, el consumo de los hogares y la inversión realizada, da como resultado el ahorro del sector privado (endeudamiento en caso de ser negativo). El segundo término, señala el balance contable del gobierno entre la diferencia de sus ingresos y gastos. Por lo tanto, la identidad [4] nos dice que el ahorro privado (primer paréntesis) más el superávit/déficit público (segundo paréntesis) debe ser igual al saldo de la cuenta corriente con el resto del mundo.  

De nuevo, esta relación es una identidad, es decir, debe cumplirse en cualquier circunstancia. Así [4] siempre está en equilibrio y la suma de sus componentes debe ser cero. Si reordenamos la identidad anterior también puede ser expresada de la siguiente forma:

Ahorro privado  Déficit público(G‐T) + Saldo cuenta corriente(X‐M+R)

Supongamos por un momento que el saldo de la cuenta corriente está equilibrado ‐es igual a cero‐  y que no existe una relación directa entre el gasto público y la balanza comercial. En este escenario la identidad nos lleva a la intuitiva conclusión que un aumento del déficit público, cuando G crece más que T, se traduce en el ingreso del otro sector, en este caso se convierte en un superávit del sector privado. Es decir, el balance sectorial establece la relación más importante y a donde queríamos llegar: un déficit público es el superávit –ahorro‐ del sector privado. De la misma forma un superávit del sector público significa un deterioro de la situación del sector privado. Es por ello que un permanente equilibrio presupuestario a lo largo de los años es el germen de la recesión económica, a menos que el sector externo compense este desbalance inicial en la contabilidad sectorial entre el Estado y sector privado.

Entonces, ¿qué papel juega el sector externo? Si liberamos el supuesto que el saldo de balanza comercial está equilibrado y es independiente del gasto público, entonces un superávit del sector público que traiga prosperidad al sector privado sólo se consigue si la balanza comercial y las rentas netas del exterior son superavitarias, en tal magnitud que compense el aporte del sector público a la identidad. En otras palabras, si ingresan más divisas de las que salen como consecuencias de exportaciones o ingresan más rentas primarias netas desde el exterior, de tal forma que compense lo que el gobierno deja de gasta en la economía. En el caso inverso si el saldo de cuenta corriente es deficitario hay dos opciones: o el sector privado reduce su ahorro para mantener el
equilibrio, o el sector público deberá aumentar su gasto –incrementar el déficit‐ para que los privados puedan mantener su posición inalterada. En este punto el lector podrá advertir que un déficit de cuenta corriente es equivalente a un desahorro del país con el exterior o, en otras palabras, significa recibir financiamiento del exterior.  Es decir, mantener una matriz importadora no es más que contratar deuda con el sector externo pagadera siempre en el cortísimo plazo.  

De igual forma, un déficit perpetuo con el exterior sólo significa que uno de los dos sectores (privado y/o público) deban compensar perpetuamente ese desbalance: ya sea a través de un endeudamiento del sector privado, un endeudamiento del sector público o una combinación de ambos. En definitiva, los balances sectoriales no hacen más que demostrar que el déficit cero es una política disfuncional y que no puede ser
la base de la política económica.  

Las cosas son un poco más complejas en la vida real. Pues los países enfrentan restricciones adicionales que complejizan la política económica. Por ejemplo, América Latina se enfrenta históricamente a una triple condición: (1) estructuralmente la cuenta corriente es deficitaria (importamos más de lo que exportamos) pero en términos coyunturales conseguimos superávits artificiales producto del precio de los commodities, financiamiento externo o inversión extranjera directa altamente volátil. Nuestra matriz productiva no es capaz de frenar las ansias importadoras de la población. (2) Una debilidad en la generación de ingresos tributarios que impide ampliar las capacidades de gasto público y (3) la creencia generalizada de que la política monetaria provoca inflación en la forma de una ley natural. Es así que los países en desarrollo viven en una permanente encrucijada teórica reflejada en la famosa restricción externa.  

La restricción externa es el límite que tiene una economía para financiar su expansión sin depender del sector externo. ¿Hasta que punto una economía puede expandir su oferta (por ende, su ingreso disponible) sin recurrir en un desbalance con el exterior obligando a incurrir en financiamiento externo (divisas)? La restricción externa impone las condiciones de cierre del metabolismo del sistema capitalista. Si la restricción externa está lejos de alcanzarse el gasto público podrá sin lugar a dudas expandirse teniendo una contrapartida en el ahorro del sector privado lo cual incrementará el ingreso nacional, la producción y el empleo. Ahora, si el gasto público empuja las importaciones de tal forma que se desequilibra el sector externo lo que ocurrirá es que el ahorro del sector privado se verá incrementado, pero del sistema fugará parte de ese ahorro hacia el resto del mundo, es decir, los extranjeros disfrutarán de ese ahorro. La capacidad de absorción que tiene el aparato productivo nacional ante incrementos del gasto público condiciona la forma cómo una economía basada en la demanda puede alcanzar el pleno empleo. El pensamiento dominante busca por todos los medios convencer que la economía no tiene capacidad de absorción y, por lo tanto, el gasto público lo único que genera es un desbalance con el exterior. En definitiva, lo que nos dice es que la restricción externa es una condición perpetua y que nada podremos hacer para cambiarla. Lo único que resta es resignarnos, reducir la intervención y el gasto público y de esa forma ingresarán recursos frescos desde el exterior para compensar nuestra matriz importadora. La famosa Inversión Extranjera Directa.

No existe una conclusión definitiva sobre cómo el gasto público presiona la balanza comercial. En la medida que el gasto público esté orientado a la creación de una oferta nacional que sustituya importaciones (supere la restricción externa) este gasto sin duda reducirá la presión sobre la balanza y cada vez más en mayor proporción se dirigirá al ahorro doméstico de los hogares. Este modelo de desarrollo lo siguió por ejemplo Corea del Sur: el Estado como motor direccionó el aparato privado para crear oferta nacional. En cambio, si el gasto público se dirige únicamente a una expansión de la demanda de bienes importados sin duda en el mediano plazo la restricción externa desempeñará un papel importante en el déficit comercial, el tipo de cambio y problemas respecto a la inflación.  

3. Los datos lo confirman        

En definitiva, hemos demostrado mediante los balances sectoriales que un déficit público es el superávit (ahorro) del sector privado.  En consecuencia, una política de austeridad como receta central y generalizada no hace más que debilitar al sistema capitalista para crisis recurrentes y cada vez más prolongadas. El Sector externo juega un papel medular en este escenario. También es cierto que un déficit público a perpetuidad sin un balance en el sector externo no hace más que debilitar la posición del sector privado.  

En el caso inverso, aquellos países con una fortaleza en su sector exportador son capaces de mantener un gasto público equilibrado y de todos modos llevar a la economía al auge porque el superávit con el exterior se dirige hacia la economía doméstica en forma de ingreso para los hogares. Esta es la razón porqué Alemania, por ejemplo, se ha podido dar el lujo de mantener un presupuesto equilibrado pues sus exportaciones han venido creciendo de forma importante en las últimas décadas, de tal forma que ha permitido trasmitir ese excedente hacia el ahorro del sector privado.

En cambio, la austeridad impuesta a los países del sur de Europa, sin una expansión lo suficientemente importante en el sector externo, no hizo más que retirar ingreso disponible de las familias (al imponer más impuestos que transferencias‐recortes) lo cual ocasionó que los hogares reduzcan aún más el consumo y con ello la economía se haya desplomado por casi una década.  

En otras palabras, la única forma que la política de la Troika hubiese tenido éxito era si los países incrementaban sus exportaciones en una magnitud equivalente a los recortes presupuestarios o que hubiesen recibido ingestas cantidades de rentas de exterior.2 De hecho, se debía cumplir también que el multiplicador de las exportaciones (o la inversión extranjera) sea capaz de sustituir o compensar el multiplicador del gasto público. ¿Era factible que se den esas condiciones de exportación y que los multiplicadores de las exportaciones compensen a la inversión pública? Sin duda no lo era, y la élite financiera y los tecnócratas lo sabían. De hecho, el Fondo Monetario Internacional en 2014 reconoció que subestimaron el multiplicador del gasto público.  

Justamente lo que queremos enfatizar: todo déficit público se convierte en una ganancia o ahorro neto para el sector privado. Por ejemplo, durante los años 90 Europa incurre en déficits fiscales que bordean en promedio el 5‐6% del PIB. Esto se refleja en un ahorro neto del sector privado de la misma magnitud. En el gráfico superior derecho encontramos el balance para Alemania. La figura demuestra como Alemania a partir del año 2003 genera un superávit de cuenta corriente (en el gráfico el signo está invertido) importante lo que le permite tener un déficit fiscal muy pequeño y al mismo tiempo ampliar notablemente el ahorro del sector privado. Es decir, el crecimiento económico de Alemania se ha dado gracias a su poderío exportador y la liberalización del comercio en la zona Euro, que ha permitido a los hogares alemanes ahorrar (más ingreso) sin necesidad que el sector público deba incurrir en más gasto.  

En los dos diagramas inferiores tenemos el otro lado de la moneda: a España e Italia, países que han sufrido los embates del credo del déficit cero. En el caso de España, la situación muestra que antes de la crisis, de hecho, el gobierno no se había endeudado en demasía, con lo cual se deja en evidencia el argumento falso del gobierno español que en los años antes de la crisis “se vivió por fuera de las posibilidades” y que ahora ¿“es momento de ser prudentes”. De hecho, el déficit fiscal durante los 90 fue menor al 4% de PIB en promedio.

Entre 1999 y 2006 los hogares se endeudan con el exterior, lógicamente a través de los bancos, que facilitan el endeudamiento agresivo de los hogares que alimentan una burbuja del sector inmobiliario. Es decir, España cometió el mismo error que América Latina: el endeudamiento no fue a parar a una transformación productiva que fortaleciera el sector exportador, lo que alimentó es una demanda importada. Con estos antecedentes llega la crisis de 2008 y se ve que a pesar de los recortes en el gasto público el déficit se profundizó con un desplome del ingreso nacional en los hogares españoles. En Italia se evidencia lo que advertimos en un inicio, los déficits fiscales de los 90 se tradujeron en bonanza del sector privado. A partir del año 2001 en adelante se reducen los déficits y con ello también el ahorro del sector privado. Otro rasgo de la economía italiana es que comienza un proceso permanente de déficit en la cuenta corriente.  

En América Latina la experiencia reciente de dos países (Brasil y Argentina) evidencia como un giro en la política macroeconómica puede generar un deterioro notable de las condiciones sociales. La austeridad, en una economía dependiente de la importación, está destinada a erosionar el ingreso del sector privado.  Brasil logró una de las tasas de crecimiento económico más altas en el período 2004‐2010 (promedio del 4.4%); Sin embargo, una vez que la política económica dio un giro (recortes, incrementos de las tasas de interés, etc.), el crecimiento económico promedio entre 2011‐2013 fue de 2.2% y en 2014 alcanzó el 0.1 % (Serrano y Summa, 2015). Como lo demuestran Serrano y Summa (2015) en el caso de Brasil, el pobre desempeño de su economía no se debió a las condiciones externas, sino al giro en la política economía que debilitó la demanda interna.

Argentina es el otro ejemplo de un país que hace poco dio un giro en su política económica. Aunque aún es temprano para confirmar los efectos macroeconómicos de la austeridad, en Argentina ya se ven algunas señales: un endeudamiento fiscal agresivo para soportar la liberalización cambiaría y la liberalización del comercio, que, sumado a la pérdida de recursos fiscales producto de reducir el impuesto a los grandes exportadores, no hace más que achicar la demanda interna (sector privado) que se había fortalecido durante la última década. Lejos de atraer capitales la liberalización financiera y del tipo de cambio han provocado una fuga importante de divisas. En definitiva, vemos una economía anestesiada en el corto plazo que está artificialmente compensando los recortes fiscales mediante la entrada de recursos fresco a través de un endeudamiento externo agresivo: 67 mil millones de dólares (15% del PIB aproximadamente) que condena a todos los argentinos en el largo plazo a un nuevo capítulo de crisis, deuda y ajuste. Un triste regreso a los años 80 y 90, en todo el sentido del término.

Otro ejemplo de un país que evidentemente está en disputa es Ecuador. La oposición al gobierno de Rafael Correa pregona que en un país sin soberanía monetaria la solución radica en reducir el gasto público y liberar el comercio (Correa lo ha mantenido balanceado a través de un impuesto a la salida de divisas y desde 2015 un sistema de salvaguardias al comercio). Utilizando los balances sectoriales fácilmente se demuestra que la propuesta de la derecha sería un suicidio. Un aumento de las importaciones junto con un recorte presupuestario no hace otra cosa que trasladar el ajuste al sector privado, es decir, el ingreso de los hogares se desplomará.

Obviamente, la derecha ecuatoriana tiene la receta: si quitamos todas las trabas, la inversión extranjera vendrá a restablecer el equilibrio. ¿Cuándo Ecuador ha sido un país líder mundial IED? ¿Después de la experiencia de los años 80 y 90 todavía hay alguien que cree que la inversión ingresa por achicar el Estado?  

4. A modo de conclusión

Los balances sectoriales son un instrumento poderoso para iniciar el debate sobre la austeridad desde un campo neutral alejados de los dogmas. Una vez que podamos encontrar campos comunes, sólo ese momento podremos dar un segundo paso y discutir cómo superar la restricción externa, la cual es la verdadera posición en disputa y no el mantra de la austeridad.  Si sabemos que el déficit fiscal es la bonanza de los privados, entonces las políticas de la austeridad son despojadas de su fuselaje academicista y se convierten en una simple posición ideológica. De nuevo, el verdadero debate está en la relación entre el gasto público y la balanza comercial: cómo la inversión pública puede crear oferta y no sólo democratizar la demanda.  

REFERENCIAS

Blaug, M. (2001). “Teoría Económica en Retrospección”. Fondo de Cultura Económica, segunda edición, México.  

Casadio, P. y Paradiso, A. (2009). “A Financial Sector Balance Approach and the Cyclical Dynamics of the U.S. Economy”. Levy Economics Institute of Bard College, Working Paper No. 576.

Wray, R. (2012). “Imbalances? What Imbalances? A Dissenting View”. Levy Economics Institute of Bard College, Working Paper No. 704.

Artículo publicado en http://www.celag.org/informe-celag-desmitificando-el-ahorro-hacia-una-economia-del-pleno-empleo/


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