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Camilo Catrillanca: Crónica de una muerte anunciada
Publicado 14 diciembre 2018



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Miles de personas se congregaron en el funeral de Camilo Catrillanca Marín, nieto del Lonko Juan Catrillanca, en la altura de la colina, donde Camilo construía la casa para su familia, bajo un cielo azul con nubes blancas que parecían banderas mapuche flameando con el viento. 

Sin dudas, ha sido el funeral más multitudinario de la historia reciente del Pueblo Mapuche, en el contexto del llamado Conflicto Mapuche. Probablemente, su muerte marcará un antes y un después.

La reacción de la mayoría de las comunidades, y distintas organizaciones mapuche, de acompañar a la familia en su pérdida y dolor, fue inmediata, no sólo por ser la primera víctima fatal del llamado “Comando Jungla” sino porque el Lonko Juan Catrillanca es la autoridad mapuche que suscita la convergencia de casi la totalidad de las expresiones del movimiento mapuche

Por eso su llamado a la unidad, realizada en mapudungún, caló hondo en todos y todas las asistentes, pues el movimiento mapuche, en veinte años, ha dado un salto cualitativo histórico al llegar a un consenso político respecto de sus aspiraciones como Pueblo: Territorio y Autonomía. 

Es que el Lonko Catrillanca no sólo ha batallado por su comunidad, sino que también ha acompañado los distintos procesos de lucha dentro del Wallmapu, visitando a los presos y presas políticas mapuche, que han pasado por las cárceles chilenas, respetando siempre las distintas posturas políticas.

A la vez, su hijo Marcelo Catrillanca, militante de la causa mapuche, soportó junto a su familia por años la persecución; por tanto, Camilo pertenece a aquella generación nacida en los 90, que ha crecido entre la represión y la militarización de sus comunidades, entre la clandestinidad y la prisión política de sus padres, y de madres que han tenido que subsistir asumiendo distintos roles, no menos políticos, madres que les enseñaron el orgullo de ser mapuche y que han debido asumir que sus  hijos e hijas son la generación del Weichan, proceso que ya no tiene vuelta atrás.

Camilo no era un joven cualquiera, fue dirigente del Liceo Técnico e Intercultural de Pailahueque, el que fue cerrado pese a todos los esfuerzos realizados por las y los apoderados y alumnos/as. Sin embargo, el Estado chileno, que no tuvo recursos para la educación de los jóvenes mapuche, sí los tuvo para habilitar un cuartel de Fuerzas Especiales (policía militarizada). 

Irónicamente, el liceo donde estudió Camilo Catrillanca es hoy el cuartel del “Comando Jungla” que le quitó la vida. Claras son las prioridades del Estado chileno y nula su voluntad de solucionar el conflicto.

Por lo anterior, difícil es creer que el asesinato de Camilo hubiese sido sólo una triste coincidencia, pues está claro que los jóvenes activistas mapuche, sobre todo aquellos/as que provienen de familias y comunidades emblemáticas, están con vigilancia permanente; la policía tiene, actualmente, la tecnología para hacerlo.

Tan sólo un mes antes, Ernesto Llaitul Pezoa, junto a otro comunero, había sido interceptado por la PDI y Carabineros, a las 23:00 horas en un camino rural, donde los retuvieron durante toda la madrugada. En su declaración señalan que fueron amenazados en todo momento con frases como “Se les acabó la fiesta, les llegó la hora, llegó la derecha”. Los jóvenes relataron a sus familiares lo sucedido, dando cuenta de que “pensamos que nos iban a matar”.

Pero no son los únicos: en el mes de octubre, en la comuna de Lautaro, en dos situaciones distintas, dos jóvenes mapuche fueron heridos a bala: Daniel Canio y Jorge Cayupán.  

La responsabilidad es política, no de aquellos que armados son enviados al Wallmapu mentalizados con una ideología del enemigo interno y de otredad, es decir, ver al mapuche como un otro distinto y de menor categoría, al que "puedo" asesinar o torturar, sin importar siquiera que sea un niño de 15 años, pues "no es como mi hijo porque es un mapuche".

A la vez, la responsabilidad es de la prensa chilena que contribuye a crear una opinión pública que relativiza los derechos humanos y que permite que estas violaciones se cometan. Una opinión pública racista y discriminadora, surgida del resentimiento ancestral hacia nosotros mismos, los mestizos, y de creernos los Jaguares de América y los más blanquitos. Descolonizarnos es una necesidad imperiosa para una nueva relación con los pueblos originarios.

Porque mientras en Alemania se castiga a quienes hacen apología al nazismo, en Chile se da tribuna a los que realizan discursos de odio hacia los pueblos originarios. Mientras en Canadá, definida constitucionalmente como un Estado Multicultural, el Primer Ministro emplaza a una manifestante que critica a los inmigrantes, diciéndole: “Canadá es un país multicultural, si a usted no le gusta ¡váyase!” en Chile se expulsa a haitianos y se reprime a los mapuche. En tanto que en Europa no pueden entender el trato que dan en Chile a los pueblos originarios (Ver entrevista del medio Sabes a Héctor Llaitul).

Es que a Chile se le impuso, a través del shock, un sistema económico neoliberal que cooptó todas nuestras formas de vida y que se consolidó como un modelo cultural. Chile es un Estado colonizador y xenófobo, que no podrá transformarse en un “País Desarrollado” si no asume su deuda histórica con los pueblos originarios, comenzando por desmilitarizar el territorio mapuche y reconocer constitucionalmente a los pueblos originarios, respetando su derecho a la autodeterminación; derecho ya consagrado en la legislación internacional, y que hoy Chile está incumpliendo. 

Sólo la devolución del territorio, como base material para su existencia, permitirá la reconstrucción de la Nación Mapuche y detendrá la violencia.  

Tal vez se ha llegado al punto de inflexión en que el mercado deje de regir nuestras relaciones y se actúe con visión de humanidad y buen vivir.

Pamela Pezoa Matus
Madre de Ernesto Llaitul Pezoa


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