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Geografía del voto indígena 2020
Publicado 4 noviembre 2020



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Las elecciones son un hecho social que objetiva toda una trama de contradicciones y disputas étnicas y clasistas.

Sin duda que habrá varias interpretaciones como condición de tareas a emprender; aquí va un intento comprometido con una concepción teórica, con un posicionamiento político y con el propósito de la mayor rigurosidad para permitirme un análisis objetivo que me conduzca a pertinentes conclusiones que sirvan como guía de la acción.

Las elecciones del 18 de octubre en Bolivia muestran nuevamente la victoria electoral del MAS, ahora por más de la mitad de los ciudadanos que concurrieron a votar.

Hace un año, una construcción discursiva sistemática logró armar una base social contra el Gobierno socialista de Evo Morales. Esta base social fue el soporte de un golpe de Estado que impuso un gobierno de corte neoliberal el cual terminó destruyendo la economía en todos sus ámbitos.

Este es un hecho que se encuentra en un contexto internacional. Para su comprensión, necesitamos retrotraernos unos años. El retorno de la mirada imperial al subcontinente, luego de su repliegue en otras partes del mundo, construyó una política cultural contra toda forma progresista que dispute el gobierno o que sea Gobierno. Parte de esa política fue construir en el sentido común en América Latina que las izquierdas progresistas, en cualquiera de sus facetas, se caracterizaban por ser: corruptas, autoritarias, antidemocráticas, vinculadas a las mafias o el narcotráfico, minorías fraudulentas, opresoras, etc. Este discurso emanó desde el centro emisor y organizador mediático que ordena discursivamente a los mass media desde el Río Bravo al Cabo de Hornos.

Este va a ser el soporte en el que se monta el trabajo local de las derechas en todo el subcontinente y obviamente en Bolivia, son estos supuestos atributos los que les permiten tener un discurso cuasi académico. Asumirán esta base discursiva durante un par de años apoyados por un esquema mediático radiofónico, impreso y televisivo que les permitió minar las certezas sociales sobre el presidente Evo y el Gobierno del MAS; la persistencia e insistencia cotidiana de casar estos atributos perversos con el Gobierno masista logró crear la duda razonable en parte de la propia base masista y en la población en general. Ante la ausencia de estructuras políticas de derecha no vergonzantes de su liberalismo, resultado de la victoria masista estos años, resultó que el discurso se fue convirtiendo en el aglutinante liberal colonial que creó una identidad colectiva de quienes decían no pertenecer a esa categoría de los “otros” indios salvajes masistas.

En este proceso participó una serie de intelectuales y opinólogos que copaban las columnas periodísticas, los programas radiales y televisivos, a ello debe sumarse una política equívoca de vocerías ejercida por el MAS que facilitó un montaje discursivo antimasista desde valores como la democracia y la libertad. El éxito relativo en esta disputa discursiva sirvió de plataforma para aplicar el discurso a la realidad nacional y a sus contradicciones más perversas que son las notas étnicas de la colonialidad republicana, tan vigente hasta el 2005.

La derecha, en sus distintas facetas, se va configurar no desde una propuesta política o económica, no va a ser el discurso liberal político, mucho menos el discurso neoliberal económico el que tejerá su identidad, pues se avergüenza de sus bases teóricas; la derecha necesitaba un horizonte amplio que le permitiera pretender ser mayoría nacional y solo podía conseguirlo retrotrayéndose a la configuración étnico-discriminatoria de la supuesta naturalización de una supremacía culiblancoide que configuraba cinco siglos hasta hacía un par de décadas atrás a toda la sociedad boliviana. Es así que poco a poco el discurso adosará todas las notas degradantes del ser a ese otro que es el masista, el indio, el salvaje pues es indistinto ese otro a las notas que lo describen: ignorante, sucio, hediondo, bestia, bruto, cobarde, corrupto, narcotraficante, etc.

Se construía la identidad de derecha desde la negación de la indianitud, pues lo indio es masista y lo masista es indio; ser de derecha es no ser masista, es no ser indio. La nueva identidad opositora se construye desde su alter ego, el indio masista; ello les permitirá cohesionar en su entorno toda la problemática étnica de un colonialismo interno sustentado en la “natural” supremacía de las notas blancoides occidentales en un mundo mestizo que escapa de su indianitud como condición de ascenso social o de ser.

A medida que se acercaba el 20 de octubre de 2019, esta forma discursiva se hacia más despótica y agresiva pero aún era ubicada en zonas geográficas específicas de las ciudades capitales. El trabajo sistemático en el sentido común, aunado a una serie de falencias del propio proceso de cambio habilitó que un discurso de “fraude” electoral se pueda instalar.

La oposición había hecho sus mejores esfuerzos de unidad, creía que tenía la oportunidad de ganar las elecciones pues había logrado converger en un solo candidato bajo el lema de voto útil, pero no le fue suficiente, más aún ni siquiera le alcanzó para forzar una segunda vuelta.  La apuesta del voto útil no era sencilla: el partido de Costas, los demócratas, debieron resignar una bancada legislativa a cambio de la oferta de un porcentaje del posible Gobierno, cinco posibles ministerios si se ganaba las elecciones, pero solo ilusiones si la entrega de votos no cumplía con el objetivo en primera o segunda vuelta. Y fue esto lo que ocurrió, la oposición más conservadora se quedó sin soga ni cabrito, logró una bancada marginal de ocho legisladores con un poco más del 4 por ciento de votos logrados, y el treinta por ciento de un no ejecutivo es nada.

La teoría de fraude se convertirá en la justificación de movilización de la base social opositora, que está configurada desde una clase media tradicional urbana que apropió el discurso del fraude no porque la razón impusiera argumentos, sino porque necesitaba asirse de alguna explicación de porqué no ganaron cuando ellos asumen que son mayoría. Montada en el discurso del “monumental fraude”, la oposición buscará una segunda vuelta no obtenida por el voto, pero exigida desde el sentimiento de creerse la representación de una mayoría. Era evidente que no habían ganado al MAS pero se ilusionaban con la posibilidad de que el MAS se quedaría con 2.747.746 votos y no podría conseguir un solo voto más; entendían que, en la segunda vuelta, Comunidad Ciudadana (CC) alcanzaría los tres millones de votos, superando el 50 por ciento que el NO obtuvo el 21 de febrero de 2016. Será Carlos Mesa, en coordinación con la representación de la OEA, quien vociferará fraude, “monumental fraude”, primero, aduciendo que él era el ganador y se le había arrebatado la victoria; luego, cuando semejante insensatez pecaba de estúpida, optó por alegar que la diferencia entre CC y el MAS era menor al 10 por ciento y exigir la segunda vuelta.

La aparente legitimidad, construida durante años, se sumó a la lógica étnico-colonial y a una clase media tradicional alejada de sus privilegios “naturales” del mando de las gestiones estatales en todos los niveles y asediada por una nueva clase media que diluía las notas de su distinción; todo ello fue el soporte de la concurrencia a las calles exigiendo la deseada mayoría no obtenida pero deseada.

El discurso será cada vez más étnico-colonialista, el Gobierno de Evo será cada vez más un Gobierno autoritario de indios cocaleros ignorantes cochinos antidemocráticos y fraudulentos; el noseamiento (vaciar de contenido humano) del mundo indígena masista será el nuevo eje discursivo que caracterizará los 20 días de movilización social en el que se sostendrá el golpe de Estado militar que entronó a la senadora Jeanine Añez como presidenta.

La impotencia ante su derrota hizo que el discurso étnico-colonialista sea cada vez más despótico y humillante contra las formas indígenas nacionales. En la medida que el discurso les posibilitaba construir su identidad desde la enunciación “yo no soy indio, yo no soy masista”, los sectores radicales sumaron actos de discriminación cuasi patéticos cuando optaron por atacar a toda ciudadana o ciudadano que en su vestimenta o somatización expresaba sus raíces indígenas, la acusaban de ser masista por el solo hecho de ser indígena.

El principio filosófico es simple: todo lo indígena porta todos los atributos negativos que describen al noser, al vaciado de ser y son los mismos atributos que configuran al primer Gobierno indígena, que configuran a todos los que apoyan al Gobierno, a todos los masistas. Por eso es que construyeron el factor ordenador de su comprensión de la realidad: todos los masistas son indios y todos los indios son masistas. Es así que se volvió una práctica corriente el asedio a las señoras de pollera en todas las zonas céntricas de las ciudades capitales y aunque esa fue la forma más explícita no fue la única.

Los actos de los operadores y secuaces del golpe digitado desde el norte serán las expresiones más despóticas de las notas anti indígenas explícitas los 20 días posteriores al proceso electoral. La escenificación de la toma de la plaza Murillo y el Palacio quemado, la bajada de la wiphala (símbolo de lucha de los pueblos originarios) y su posterior quema, hicieron explícito que la bolivianidad pretendida, una vez desplazado por la fuerza militar el primer presidente indígena, era una bolivianidad blancoide, moderna, culta, occidental y sobre todo anti indígena.

Las formas armadas de la institucionalidad estatal se reclamaban republicanas, con lo que hacían explícito el retiro de toda simbología que refiera al Estado Plurinacional, que es por excelencia el Estado construido desde las notas indígenas del pueblo boliviano.

Cuando se despliega el golpe, igual que en 1980, los militares invitan al presidente a renunciar: Luis García-Meza lo hizo con Lidia Gueiler y Williams Kaliman Romero lo hizo con Evo Morales; entonces se desatan todos los demonios. La decisión de no enfrentar al golpe que toma el presidente Evo Morales en reunión con los movimientos sociales tiene como fundamento evitar un derramamiento de sangre de un pueblo numerosísimo pero desarmado, que se disponía a enfrentar a las fuerzas represivas golpistas.

El accionar étnico-colonial tanto de los matones apoyados por policías para atacar a los familiares y los domicilios de los masistas, como el accionar simbólico de las fuerzas represoras y sus amenazas armadas a quien se aproxime a las unidades policiales en El Alto, así como el acoso en las ciudades a toda identidad indígena, y otras cosas menores, serán las condiciones habilitantes de una movilización popular que tiene como núcleo denso la defensa de la wiphala y la consigna “la pollera se respeta”; el mundo indígena había sido gatillado nuevamente, como a inicios de siglo XXI.

La movilización de miles de personas, en términos de la derecha colonial, miles de indios salvajes llenaron las avenidas de El Alto realizando una apropiación territorial obligando el repliegue de las unidades policiales que horas antes ofrecieron plomo a quienes se aproximaran. Ese mundo plebeyo que retomaba su espacio territorial se plantea incursionar en las zonas de clase media y se dan las primeras confrontaciones que produjeron heridos y muertos en la plebe movilizada.

Los golpistas impondrán su Gobierno civil a sangre y fuego con la venia imperial y sub-imperial de aquí el sur: será en las masacres de Senkata, Sacaba, Pedregal, Río Abajo, Betanzos, con más de 800 heridos y 38 muertos, que el nuevo Gobierno consolidará su estadía en la plaza Murillo.

Es importante detenerse en la cantidad de heridos pues debe quedar meridianamente claro que las fuerzas represivas disparando a mansalva buscaban escarmentar y acallar a este mundo indígena insurrecto que enfrentó a pecho descubierto a las fuerzas represivas armadas hasta los dientes para enfrentar al pueblo que juraron defender. La derrota militar que representaron las masacres exigió un pacto de pacificación sobre las cruces de los muertos y las heridas de los convalecientes, así se alcanzó la mentada pacificación a la que refiere de manera descarada el Gobierno de Añez.

El Gobierno resultado del golpe de Estado, que nació no sólo derrocando un Gobierno ungido por el voto popular, sino que desconocía el proceso electoral de octubre exigiendo a la asamblea anular las elecciones por ley bajo el supuesto de fraude, todo ello reñido con la Constitución y las leyes.

El Gobierno constituido tenía como función la convocatoria a elecciones en un límite máximo de 6 meses, pero fue pateando la fecha todo lo que pudo; también tenía como tarea ante sus bases demostrar todo aquello de que se acusaba al Gobierno derrocado, desde los supuestos vínculos con el narcotráfico, los supuestos hechos de corrupción, hasta el monumental fraude con el que se pretendía justificar el golpe de Estado.

Pasaron los meses y las sindicaciones emitidas durante años contra el Gobierno de indios que habían minado la lealtad de parte de los adeptos al presidente Evo, no eran ratificadas. Se tenía el control del Ejecutivo pero no se aportaba documentación alguna que mostrara indicios y menos pruebas, más aun, se hacían públicas investigaciones que mostraban la perfidia en el informe de la OEA sobre supuestas irregularidades, se mostraba como falaz toda la serie de acusaciones montadas contra el Gobierno de los indios.

Nada de lo afirmado durante años contaba con documentación probatoria: antes de noviembre se aducía que no podían mostrar pruebas porque el Gobierno no les permitía acceso a la documentación y alguna gente les creyó, pero ahora eran Gobierno y estaban en sus manos todos los documentos, sin embargo, las mentadas pruebas no aparecieron porque no existen. El monumental fraude, que se convirtió en el credo de los golpistas, se limitó al informe de la OEA sustentado en 200 actas de 35.000 y la tendencia del TREP -desmontada por cuatro estudios internacionales-, no se aportó un solo indicio más y ni siquiera se probó la consistencia de las 200 actas.

En ese escenario se llega a agosto, cuando nuevamente se patea el proceso electoral que, por tarde, debió ser en mayo y que ya lo habían pateado a septiembre (4 meses después); ahora lo pateaban nuevamente a octubre, con la pretensión de postergarlo realmente hasta el próximo año. La angurria por preservarse en el poder que se obtuvo por la acción militar buscaba algún momento lograr una gestión gubernamental óptima que les permita tener una mejor representación parlamentaria para poder componer el próximo Gobierno de coalición, al estilo de los gobiernos neoliberales de juntucha de minorías, en los años 90.

No podían leer que el muerto que creían haber velado en noviembre estaba vivo, que las partes de su cuerpo descuartizado se habían vuelto a juntar y que su angurria para preservarse en el poder fungía de rayo dador de nueva vida: miles de indios salvajes volvieron a movilizarse en todo el territorio nacional, más de 150 puntos de bloqueos mostraban la vitalidad del retorno de la indianitud insurrecta. El soporte armado del Gobierno de facto se supo incapaz de intervenir efectivamente, por lo que el Gobierno y el TSE se vieron obligados a consolidar la fecha del 18 de octubre como fecha definitiva de las elecciones. Muy pocos de los intelectuales orgánicos de la derecha blancoide leyeron lo que estaba aconteciendo, quizá los únicos que comenzaron a oler fueron los cercanos a Comunidad Ciudadana, así que se pusieron en campaña para lograr que todas las candidaturas se bajen en aras de fortalecer a su candidato, para lo que contaban no solo con varios medios de comunicación sino con las encuestadoras.  

Mesa siempre entendió que al ser el nominado por la embajada norteamericana todos le debían pleitesía, por ello es que se negó a formar una sola candidatura si no era bajo sus condiciones. A inicios del proceso electoral, sus propios exsocios le reclamaron que el acomodo de las bancadas solo permitía que los candidatos mesistas sean los elegidos y pedían que se reconfigurase la participación en la franja de seguridad, pero Carlos Mesa se opuso a considerarlo. Así, cuando Jeanine Añez decidió postularse, los socios de Mesa lo abandonaron: Revilla, Oliva y Doria Medina encontraron en la fórmula Añez mucho más de lo que buscaban con Mesa. Se fueron pues con Juntos, donde se planteó un reparto regionalizado en la participación de la bancada, de manera que entre todos construirían una juntucha variopinta regionalizada. Ninguno de ellos sopesó los grados de corrupción y mal Gobierno que podía alcanzar la gestión de Añez, ni que tal descalabro allanaría el retorno de la política digitada desde el norte en octubre pasado: el voto útil.

En media campaña, se exigió que se bajen todas las candidaturas de derecha en aras de apuntalar a Mesa con la pretensión de evitar que gane el MAS. La consigna antimasista de voto útil se presenta, así, como única esperanza. Los del norte apuestan a ello y exigen a todos sus secuaces se bajen con una pequeña negociación para compensar el esfuerzo: Jeanine Añez exige impunidad y un par de cargos; Tuto se cuadró, simplemente y los adenistas quitaron su sigla sin siquiera consultar a su candidata a la Presidencia.

Pero Fernando Camacho se negó. Todos los emisarios fueron rechazados. Desde simples asesores hasta cuadros interventores, como McLean, vieron infructuosa su misión y la razón era simple: la sociedad del 30 por ciento de un no Gobierno es nada, es cero, es un conjunto vacío. Camacho requiere de una propia bancada que siempre mezquinó Mesa a todos sus aliados o socios, Camacho se puso entonces como meta disputar el poder local de oriente a los tradicionales gurús, para lo que necesita estructura estatal.

Carlos Mesa se acostumbró a imponer su candidatura y su propia bancada por encima de las demás candidaturas, él era el candidato de los chocos y eso debía ser suficiente para que los demás se pongan a su disposición. Ello había funcionado en 2019 y exigía que ahora también así fuera. Su soberbia lo hizo equivocarse y los resultados fueron 1.775.953 votos, que es menor en 464.967 votos con respecto a los 2.240.920 obtenidos en 2019; solo 28,83 por ciento frente a los 36,51 por ciento obtenidos en 2019. No estoy seguro si, en el accionar de la oposición, lo más importante fue la falta de voluntad de Camacho para someterse a los designios del norte o le sobró soberbia a Mesa para compartir las franjas de seguridad con sus aliados.

Los resultados electorales fueron un revés revolucionario a toda la oposición colonial culiblancoide en Bolivia: el MAS obtuvo 3.281.803 votos en Bolivia y 3.394.052 votos cuando se incluye el voto en el extranjero, esto implica 54,73 por ciento que, cuando se incorpora el voto en el extranjero, se llega a 55,11 por ciento. Se superó con creces lo obtenido un año atrás, más de 530.000 votos y un incremento de 8 puntos porcentuales.

¿Cuáles fueron los factores más relevantes que hicieron posible una victoria tan contundente del MAS nuevamente? ¿Cómo entender el crecimiento del voto cuando, en prospectiva de la intelligentsia opositora al MAS, se asumía que éste se mantendría en su voto duro, de menos del 30 por ciento? Esa intelligentsia entendía que el MAS fue basto porque se hizo del Gobierno y Evo, su líder, se abocó desde el Gobierno a favorecer a estos sectores indígenas; sin el Gobierno y el líder sin poder retornar al país, el MAS debía implosionar a un núcleo duro que iría desapareciendo en el tiempo. Pareciera que estos doctos tuvieron de maestro a Fukuyama.

Una forma de aproximarse a leer el hecho social es trabajar con los resultados seccionando el voto ciudad capital de departamento de voto resto del departamento, para luego pasar a comparar con otros procesos electorales de las mismas condiciones, las elecciones de 2019 y la del 2014.

En 2014, el MAS obtuvo 3.057.618 votos, que presentaban el 61,01 por ciento; en 2019, obtuvo 2.747.746 votos, equivalentes al 46,64 por ciento; ahora, 2020, obtuvo 3.281.803 votos y 54,73 por ciento. El primer dato es que, el 18 de octubre de este año, el MAS obtuvo 534.057 votos más que el año pasado, y 224.184 votos más que en 2014. Podemos afirmar que es la votación más ampulosa que obtuvo un partido en toda la historia de Bolivia, sobre todo cuando la comparamos con el último Gobierno neoliberal, que fue el Gobierno de Goni y Carlos Mesa, quienes obtuvieron 624.126 votos. Es fácil apreciar que eso solo equivale al 19 por ciento de lo que obtuvo ahora el MAS.

La lectura porcentual es diferente, pues la participación ciudadana se amplió mucho por el bono demográfico: en 2020, aumentó en 8,09 por ciento respecto a 2019, pero, comparando con 2014, disminuyó -6,28 por ciento.

Si se lee los datos por departamento, comparando 2020 con 2019, se puede observar que, en casi todos los departamentos, el MAS obtuvo una mayor votación, solo en el Beni es 3.000 votos menos, en Pando solo 250 votos más y en Tarija solo 870 más.

En Chuquisaca, el incremento a favor del MAS es importante, casi 20.000 votos; en Potosí, casi 32.000; mientras en Oruro y Santa Cruz se incrementa en más de 47.000 votos. Pero es en Cochabamba y La Paz donde se registra lo más importante: 114.198 en Cochabamba y 275.678 en La Paz, ambos representan el 73 por ciento del crecimiento del voto.

La consideración de los porcentajes da otra lectura: en el Beni, el MAS decrece -0,61 por ciento; en Pando, Santa Cruz y Tarija crece entre 1 y 2 por ciento; en Chuquisaca, crece 6,72 por ciento, aún debajo del crecimiento nacional, pero acercándose; en Cochabamba y Potosí, supera apenas al promedio con 8,34 por ciento y 8,27 por ciento, respectivamente; serán los departamentos de Oruro, con 14,84 por ciento, y La Paz, con 15,23 por ciento, los grandes factores del crecimiento porcentual.

Queda claro que los departamentos de mayor participación en el crecimiento electoral del MAS son Cochabamba, Oruro y La Paz: combinando votos absolutos y porcentaje, suman 437.139, que significan el 81,85 por ciento de los votos y 6,69 por ciento de los 8,09 por ciento, que es el 82,7 por ciento del porcentaje.

Cuando construimos los datos departamentales separando los votos de las ciudades capitales del resto del departamento, se puede apreciar que el incremento capitalino es en total 129.945 mientras que en el resto de los departamentos es de 404.112, lo que significa el 75 por ciento, es decir ¼ en ciudades capitales y ¾ en el resto. Si lo vemos desde el porcentaje, tenemos un incremento de 4,57 por ciento en capitales y 10,72 por ciento en el resto, las capitales serán el 2,07 por ciento y el resto el 6,02 por ciento de los 8,09 por ciento de crecimiento total que nos aproxima a la relación ¼ capitales y ¾ el resto de los departamentos.

Diseccionando todos los departamentos en estos factores ciudades capital y resto del departamento, se hace más claro el incremento electoral. En El Alto, el MAS obtiene casi medio millón de votos y 76,80 por ciento, lo que implica 150.069 votos más y un crecimiento porcentual de +21,58 por ciento, con relación a 2019. El Alto representa el 28,1 por ciento del total del incremento en votos y 2,32 por ciento de los 8,09 por ciento, que es su 28,6 por ciento. El resto del departamento de La Paz incrementó 90.606 votos, el segundo más importante incremento y el tercer incremento porcentual más importante con +17,35 por ciento, los votos representan el 17 por ciento y el porcentaje 1,4 por ciento del 8,09 por ciento.

En el caso de Cochabamba, el resto del departamento es el tercer mayor crecimiento, con 81.042 votos, aunque porcentualmente sólo se trata de 8,91 por ciento, que representa el 15,17 por ciento del voto incrementado y 1,07 por ciento del 8,09 por ciento. En Oruro, el tema porcentual es interesante: en el resto del departamento, hay un incremento de +18,57 por ciento, siendo la segunda magnitud, mientras la capital es +13,23 por ciento, ambos aportan 47.263 votos.

Los ¾ de incremento de votos que son el resto del departamento está constituido con los votos de La Paz, Cochabamba y Oruro, que representan el 84 por ciento y el 5,2 por ciento del 6,02 por ciento que representa el voto en el resto de las capitales en los departamentos.

Ahora veamos cuál fue el comportamiento con respecto al proceso electoral de 2014: está claro que en 2020 se obtuvo más votos, aunque menos porcentaje.

El comportamiento del voto capitalino muestra que -80.624 votos obtenidos en 2014 no retornó para el 2020, es Santa Cruz con 62.488 votos el lugar más importante, luego están La Paz, Sucre y Potosí, con aproximadamente 16.000 votos capitalinos que no retornaron; Trinidad y Tarija, cada uno con 1.700, Cobija con -227; solo en Oruro y Cochabamba se tiene un crecimiento +11.512 y +25.828 votos, respectivamente.

El voto en el resto del departamento, en cambio, muestra un crecimiento de +304.810 votos, +129.321 en El Alto, +110.433 en Cochabamba y +43.801 en La Paz que, sumados, hacen +283.555 votos de los 304.810. Es en Tarija donde se tiene una reducción de 9.725 y, en Sucre, de 1.389; en el resto, el incremento en votos es poco considerable, con excepción de Santa Cruz que presenta +15.742 votos más.

Porcentualmente se reduce -9,85 por ciento en las ciudades capitales y -3,84 por ciento en el resto del departamento. Es de destacar que se decrece -20,57 por ciento en ciudad Potosí, Sucre -16,60 por ciento, ciudad La Paz -15,90 por ciento, ciudad Santa Cruz -14,29 por ciento, en el resto del departamento se decrece con dos dígitos en Tarija con 13,0 por ciento y Santa Cruz con 11,30 por ciento; y se crece únicamente en resto de Oruro con +2,27 por ciento y en El Alto con +4,79 por ciento.

Queda meridianamente claro que el voto capitalino creció a razón de 1 a 3 respecto al resto del departamento, en comparación con 2019, y en relación con 2014 solo creció en Cochabamba y Oruro, mientras fue deficitario en las demás ciudades capital. El voto ganador del MAS es un voto básicamente del resto de los departamentos, es un voto asentado en tres de ellos: Cochabamba, Oruro y La Paz.

El voto del MAS es un voto kolla, un voto indígena descolonizador, el voto del MAS es la reconstrucción de la plebe vapuleada desde hace un año por el color de su piel, por la lengua, por la vestimenta, por las costumbres, por su cultura y por su historia, pero, fundamentalmente, por haberse atrevido a disputar el poder gubernamental.

La oposición colonial culiblanca excretaba todo su odio contenido para agrupar a todos aquellos quienes, huyendo de sus raíces indígenas, se deseaban culiblancos, retejer a todos sus iguales y atemorizar a las que llamaba y deseaba minorías indígenas cocaleras salvajes y bestiales; lo que nunca entendió es que su despótica agresión serviría para retejerse a todos aquellos que ninguneaba con desparpajo.

Fue la plebe -que creía que la sociedad se había desembarazado de su racismo colonial en el Estado Plurinacional y dejó de problematizar las notas étnicas, hasta que en calles y plazas se quemaron los símbolos indígenas, se agredió a quien vestía pollera, se humilló a quien somatizaba la indianitud, se despreció su cultura y costumbres, sus apellidos- la que entonces volvió a buscarse y encontrarse para saberse igual a cualquiera y propugnar que nadie les pisaría el poncho ni volvería a humillar la pollera. Wiphala en mano, la plebe volvió a la pelea y demostró que es la mayoría plebeya y dignamente india la que se toma el derecho de gobernar estas tierras por ser mayoría.

Los votos son la expresión política democrática de los ámbitos sociales que, a partir del 20 de octubre de 2019, dieron batalla en las calles y las carreteras, es la expresión democrática de la politización social sobre la etnicidad y la colonialidad explicitada por el Gobierno de facto desde el día siguiente a las elecciones del 20 de octubre. Es Senkata como núcleo denso de El Alto y las provincias, es Sacaba como núcleo denso de la provincia chola y la zona sur cochabambina, es Betanzos como el núcleo denso de todo Oruro.


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