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El principio del fin: geopolítica de la vacuna
Publicado 2 enero 2021



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Se termina un 2020 que nos deja como legado más de 82 personas contagiadas de Covid-19, y casi 2 millones de personas muertas por la pandemia.

Si para el historiador marxista Eric Hobsbawm el siglo XX era un siglo corto que comenzó en 1914 con la primera Guerra Mundial, quizás pudiéramos aventurarnos a pensar que en este 2020 que cerramos está comenzando el siglo XXI, un siglo de pandemias y crisis.

Hay también quien dice que se está cerrando el ciclo que comenzó con la crisis económica de 2008, pero en ese caso, si la primera gran crisis del siglo XXI fue una tragedia, esta es una farsa en la que a diferencia de 2008, donde tras la crisis se rescató a bancos privados con dinero público, esta vez se está financiando por adelantado a farmacéuticas privadas con dinero público.

En cualquier caso, este 2020 que ya se fue, dejó claro que la relación entre las pandemias que nos asolan y el sistema de producción capitalista es cada vez más estrecha. La acumulación por desposesión teorizada por otro marxista británico, David Harvey, se ha hecho más presente que nunca en este año pasado. La privatización de los bienes comunes y la especulación con la salud (respiradores, pruebas, vacunas…) han sido una constante durante esta pandemia que todavía no termina.

La polémica por la administración de la vacuna nos deja al menos una cosa clara: el dinero no otorga derechos, aunque hay quienes quisieran que así fuera. Los ricos deben pagar (más impuestos) para poder financiar salud y educación, pero también vacunas gratuitas y universales para toda la población. Pueden acudir a hospitales o universidades privadas, pero eso no le otorga más derechos frente a la población en general. Al revés, primero las y los pobres, y el personal de salud.

Frente al reclamo por derechos universales, 2020 fue el año de la privatización de la lucha contra la pandemia. Millones y millones de dólares de dinero público invertidos en una industria, la farmacéutica, que gasta cada año más de 100 millones de dólares en actividades de lobby.

Por poner un ejemplo, Pfizer, la trasnacional más de moda por su vacuna, genera ingresos anuales por 52.000 millones de dólares y pertenece a la gestora de fondos buitre Black Rock. Sin embargo, al comienzo de la pandemia fue subvencionada con más de 2.000 millones de dólares de dinero público, algo menos de los 2.500 millones de subvención que recibió Moderna.

Y sin embargo, a pesar de haber desarrollado vacunas con una buena parte de financiamiento público, no podemos conocer las clausulas de los contratos que las farmacéuticas están firmando con los estados para la distribución de la vacuna. ¿Hay posibilidad de rescindir contratos? ¿Se está entregando soberanía estatal con la excusa de la urgencia?

Preguntas sin responder mientras se refuerza un sistema de patentes que solo agudiza la desigualdad geopolítica y económica mundial, al mismo tiempo que se prioriza la rentabilidad frente a la salud pública. La privatización de la agenda de salud pública a nivel mundial es ya un hecho, en un área de negocios muy suculenta bajo la lógica del capitalismo voraz y la especulación financiera.

La disputa geopolítica se ha llevado también al área de las relaciones públicas, con disputa mediática entre 4 de los 5 miembros que componen el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas: China, Rusia, Estados Unidos y Reino Unido, cobrando especial relevancia en lo que a las noticias relacionadas con China se refiere. Recientemente hemos podido ver la hipocresía mediática en el caso de la periodista opositora Zhang Zhan, encarcelada según las trasnacionales mediáticas de Occidente por “informar y cubrir la pandemia” en China. La realidad es que Zhan hizo lo que ha estado prohibido en cualquier país del mundo durante la pandemia: entrar a las morgues y grabar a las personas muertas y a sus familiares para posteriormente subirlo a YouTube sin su consentimiento, en una clara violación de su intimidad. En España en cambio solo te encarcelan por tuitear contra el Rey, porque los medios directamente aplican autocensura en cualquier razón de Estado y así la población no pudo ver ninguna imagen de las decenas de ataúdes esperando para ser incinerados ante la falta de capacidad primero de los hospitales, y después de las funerarias.

Termina 2020, comienza 2021, y la deuda de hogares, empresas, bancos y gobiernos de todo el planeta casi alcanza los 300 billones (millones de millones) de dólares, alrededor del 365% del Producto Interior Bruto (PIB) mundial. Mientras tanto, los 12 principales millonarios de Wall Street, con Jeff Bezos de Amazon a la cabeza, incrementaron su patrimonio un 40%, 283.000 millones de dólares.

Cierro por tanto esta columna, escrita el último día del año, con mis deseos para 2021 (aún no me decido si es el año del principio del fin o el fin del principio): la reducción de la desigualdad en un mundo donde las creencias no se impongan por encima de la verdad, y que nos podamos volver a abrazos todos y todas.


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