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  • Dicen que al sabio agrónomo, Francisco de Frías y Jacott, Conde de Pozos Dulces (1809-1877) se le debe el trazado del Vedado habanero, donde se incluye el más grande museo a cielo abierto de Hispanoamérica. A la sazón, aun hoy se le recuerda con un parque y un monumento mediano a su memoria.
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    Dicen que al sabio agrónomo, Francisco de Frías y Jacott, Conde de Pozos Dulces (1809-1877) se le debe el trazado del Vedado habanero, donde se incluye el más grande museo a cielo abierto de Hispanoamérica. A la sazón, aun hoy se le recuerda con un parque y un monumento mediano a su memoria.

El llamado campo Vedado, estaba lejos de parecer lo que es hoy o un poco antes, zona residencial de la alta burguesía, con sus pequeños palacios y casas quinta de variados estilos. Así mismo reservarían en la zona, el espacio familiar en el gran camposanto, donde ostentarían más allá de la vida, toda la grandilocuencia con que llevaron su existencia. 

La Iglesia católica compró esas tierras para erigir un nuevo cementerio, donde se colocó la primera piedra un 30 de octubre de 1871 y se culminó su construcción quince años después, para ampliarse en 1934. 

Originalmente fueron fincas y estancias conocidas como La Dionisia y San Antonio Chiquito, usadas por los culíes chinos para plantar verduras. Aunque consta en el registro, que en noviembre de1868, fue enterrada allí la africana Mañuela Valido. De modo que tres años antes del inicio de su construcción, ya cumplía esa función de forma espontánea.

Desde entonces hasta lo que es hoy, es el mayor en extensión del mundo, con 560 mil metros cuadrados y más de 50 000 sepulturas, ordenadamente ubicadas en forma de cruz latina. Pero quizá lo más relevante es su belleza, considerado el Cementerio de Colón en La Habana, el tercero en importancia a nivel mundial, después del Staglieno en Génova, Italia y el Montjuic, de  Barcelona, España.

El proyecto del arquitecto español, asentado en Cuba, Calixto Loira Cardoso, obtiene el premio que lo inmortaliza, “Pallida Mors”, para el Cementerio de Colón, donde irónicamente fue el primero en ser enterrado. 

Ahí están representados todos los estilos arquitectónicos y las más increíbles historias de vida bajo sus mármoles.

De la vida y los milagros

Y si algo tiene el cubano, es ser la consecuencia de la mezcla de culturas y creencias. Lo confirma el sepulcro más popular, siempre cubierto de flores y ofrendas. La adoración infinita, tiene lugar en una tumba donde se erige la imagen marmórea de una mujer, quien sostiene a su bebé en un brazo y en el otro una cruz. 

La obra del escultor José Villalta y Saavedra, fue encargada por el joven viudo en 1909, al que se le veía descender enlutado, desde un carruaje con sus flores en manos. Cuentan que el triste esposo Vicente Adot, tocaba tres veces la aldaba superior derecha de la tumba, mantenía su abstracción espiritual y le hablaba a su esposa e hijo muertos. Luego se retiraba solemnemente, sin darles la espalda.

Profesaban su amor desde la infancia. Por ser parientes de diferente clase social, recibieron el rechazo de la familia de Amelia, perteneciente a la más alta burguesía habanera, sobrina-huérfana criada por el Marqués de Balboa. La adversidad fue mayor, cuando José Vicente se incorpora en 1895, a la Guerra de Independencia de Cuba, donde alcanza el grado de Capitán del Ejercito Libertador.

Después de tanta oposición y obstinada resistencia de los amantes, se consuma el matrimonio entre los primos. Cuenta la leyenda que la dicha se les hizo breve. Ella muere en el parto, por lo que fue enterrada con el bebé entre las piernas. 

Al ser exhumada, para sorpresa de los presentes aparecieron ambos cuerpos intactos, pero en diferente posición. Ella tenía el niño entre sus brazos. Así fue como Amelia Goyri se convirtió en La Milagrosa, cuando cubanos y extranjeros llegan hasta la tumba, después de largas filas, para pedirle hasta lo aparentemente imposible. Ruegan por la vida de madres, niños y familiares, repitiendo el ritual del viudo, sin darle la espalda a La Milagrosa. 

¡Ay, Catalina!

La más apasionada historia de amor, quedó sepultada bajo la sobriedad del Art Nouveau. Al bloque íntegro, rectangular, lo remata el hemiciclo. Mármol blanco y granito negro pulido para el pórtico, con dos ángeles tallados sobre la cruz latina y una cenefa cincelada con las rosas creadas para ella. Cristales del francés René Laquique, en simétrica proporción envían luz al interior.

Ya no se puede entrar. Tras su clausura, la leyenda se afirma. Dicen que él mandó a tallar un ramo de rosas junto a su tumba, sobre la cual los rayos solares derraman un halo místico. Junto al sepulcro horizontal de Catalina Laza, su amado Pedro Baro fue enterrado de pie, para velar siempre por ella.

Una historia de novela. Obligados a amarse en secreto y a emigrar de Cuba, ante el escándalo desatado en la alta aristocracia. Él viudo y a ella no le fue concedida la separación, por lo que fue acusada de bigamia. 

La bella criolla Catalina, se casa por primera vez y tiene tres hijos, con Luis Estévez Abreu, descendiente de la patriota Marta Abreu y Luis Estévez Romero, primer vicepresidente de la República de Cuba. 

El destierro de su amor en Francia fue un amargo placer, aun así se casaron bajo las leyes del país galo, sin ella “ser libre” por la constitución cubana. 

Los tenaces amantes, presentaron su petición de nulidad al Santo Pontífice, quien los bendijo y dispuso la disolución del matrimonio anterior. Legalizado en La Habana varios años después, por la Ley del Divorcio emitida en 1917.

En 1919, iniciaron las obras del magnífico palacete renacentista de la Avenida Paseo donde vivirían, circunvalado por rosas de exclusivo injerto con el nombre de su amada. La intensidad del atribulado amor, no durará  a lo largo, sino a lo profundo. Cuatro años después ella enferma de tuberculosis, por lo que viajan a Francia en busca de ayuda, pero la muerte la sorprende el 3 de diciembre de 1930. 

Hasta su propia muerte, nueve años después, Juan Pedro Baró visitó cada mañana el sepulcro de Catalina Laza, edificado con la delicadeza de un amor eterno. La parcela para el panteón en la calle Cristóbal Colón en la Necrópolis cubana, ascendió a unos 2 000 pesos en oro. El costo de la construcción del monumento funerario, fue del medio millón de pesos. Del valor material pocos saben en La Habana. De la historia de amor, casi todos.

Guapo y parao

Cuantas probabilidades existen de que estando preso, puedas “tumbarle” la mujer al Jefe de la Prisión. El guapetón de La Habana, demostró saber aprovechar sus oportunidades, cuando condenado a muerte, enamora a María Teresa Zayas Arrieta. La esposa del  alcaide del penal, el capitán de Ors, era también la hija del tristemente memorable cuarto Presidente de la República de Cuba, Alfredo Zayas.

Fascinada por el truhan cautivador, la mujer frecuenta la cárcel del Castillo del Príncipe, aparentemente para visitar a su esposo, pero lo cierto es que queda atrapada en la red donjuanesca de Eugenio Casimiro Rodríguez Cartas.

El historial era tan vasto como su leyenda. Acusado de asesinato, el ex jefe de la policía de Cienfuegos, había sido sancionado por asesinato en 1911, de lo cual logró eludirse, hasta que en 1918, “limpió” al alcalde provisional de esa ciudad, Florencio Guerra y ahí ya no quedó otro remedio que meterlo preso.

Sin perder el talante, el pistolero desarmado se paseaba exhibiendo su porte por una galería de la prisión, cuando fue visto por ella y no perdió la ocasión de enamorarla, visita tras visita.

Desatinada, María Teresa le reclamó el indulto del enamorado al Presidente de la Republica -su padre- quien no sólo le complació el capricho, dio el visto bueno para el matrimonio y sin reparos lo respaldó, nombrándolo representante del Partido Conservador en La Habana. Fue así como el guapetón, asesino y ex convicto, ocupó cargos políticos en el Senado, donde había sido elegida María Teresa, en dos ocasiones anteriores.

El autoproclamado “más guapo de todos los cubanos”, cuatro años después continuó su hoja de “servicios” en la Cámara de Representantes, donde su temerario comportamiento se colocó a “otro nivel”. Para 1950, mató a un “compañero” de la Cámara, Rafael Fraile Goldaras, en una sucia triquiñuela política, donde no cedió a la presión “del dinero que te di, devuélvemelo”. 

Otra vez frente al Tribunal Supremo de Justicia, que solicita para juzgarlo, el retiro de su inmunidad a la Cámara de Representantes. Obviamente, camuflajeado y absuelto, viaja a Santo Domingo para darle aire a su situación. No muy tarde regresa a La Habana, donde es sorprendido con una fulana en su propia mansión. 

Su tradicional infidelidad pudo pasar por alto, sino hubiera sido su propia esposa María Teresa, quien lo encontrara en el acto de desatino carnal. La impresión de la pobre, fue tal, que cayó redonda y muerta por infarto.

De inmediato, Eugenio vio la oportunidad de quedar como un esposo agradecido y triste. Mandó a  colocar un busto de su “amada”, sobre la atípica tumba que había mandado a construir para él. 

Los albañiles se preguntaban de quien era el sepulcro vertical, que les ordenaron hacer. Razón que conocieron cuando escucharon la explicación del dueño mismo: “un hombre que ha jodido mucho en este país, que nació de pie y que ha vivido siempre de pie, no puede ser enterrado bocarriba”. 

Como a todos, poco después le tocó al “más guapo de La Habana”. Tal y como lo predijo, fue enterrado “parao, con un billete de cien pesos en un bolsillo y sendas pistolas en las manos”. 

Fidelidad

Uno escucha estas historias sin nombres, pero no las cree, hasta que ellas nos encuentran. 

Jeannette Ford Ryder, llegó de Michigan en 1869 y halló en Cuba el espacio definitivo para vivir su vida en armonía con la naturaleza y el escenario para sus batallas contra la insensibilidad, el maltrato de niños y animales.

No fue a la primera que llamaron loca, por tratar de visibilizar y ayudar a las víctimas del abandono y la pobreza, algo para lo que la sociedad, sólo tenía la resignación. 

Fue muy connotada su lucha por la liberación de dos niños, vendidos al Circo por su propio padre, ante lo que Jeannette ejecutó todos los cursos legales, hasta que fueron sancionados, el vendedor y el comprador, con total repulsa popular.

Como todas sus nobles contiendas, para lograrlo tuvo que pasar un calvario, pues el empresario del circo, había sobornado al juez y al alcalde del pequeño pueblo de Guara, hoy perteneciente a Melena del Sur en La Habana. Sufrió agresiones verbales y físicas por acusar al mercader y a todos los cómplices, para terminar presa en una cárcel de Güines.  

Un poco después fue liberada, no sin sufrimiento y consuelo, al ser devuelto los niños a su madre. Pasados apenas quince días de este suceso, adolorida, pero mucho más motivada, se enfrenta a altos funcionarios públicos y damas de la sociedad, quienes asistían a lo que ella consideraba un maltrato animal: las secretas corridas de toros en la Finca Los Zapotes, de las afueras de la ciudad de la Habana.

Una filántropa “de armas tomar”, decían, pero su única defensa era la razón y el amor. Los niños y los animales, deben ser protegidos y tratados con respeto, afirmaba.

Porque sola no podía, decide fundar el Bando de la Piedad. Tenía varios años sosteniendo este propósito, cuando fue reconocida en 1906, como Sociedad Protectora de Niños, Animales y Plantas. 

Ya a mediados del siglo XIX, existían pálidas ordenanzas municipales con regulaciones para la protección animal. En 1881 se dispuso el peso máximo para las cargas de las carretas tiradas por bueyes, mulas y caballos. Penalización de la adulteración de la leche animal, la contaminación de las aguas y las peleas de perros. Pero la ley, casi nunca era una letra atendida.

A menudo se le veía discutir con los carretoneros, por lo que a Jeanette, la llamaban, la “estrafalaria y chiflada mujer norteamericana”. Igualmente cargaba con bolsas de alimentos, para repartir entre gatos y perros callejeros, mientras sermoneaba a quienes lo rodeaban en actitud pasiva.

Desde hace varios años, existen en Cuba normas jurídicas que aluden al bienestar animal, como el -decreto ley 137 de Medicina Veterinaria aprobado en 1993 y la ley 85 sobre la protección de la flora y la fauna silvestre- y está próximo a ser aprobado una norma específica sobre bienestar animal. También por eso es recordada por estos días, la precursora incansable.

“Nosotros hablamos por los que no pueden hablar”, fue el lema del Bando de la Piedad, que consiguió colaboradores y recibió recursos por caridad para mendigos, asistencia a niños desamparados, desayuno para mujeres detenidas en unidades de policía, la protesta contra las corridas de toros y los centros “velados” de prostitución. 

Jeannete quien llegó a Cuba a los 33 años, siempre encontró apoyo en su esposo, el médico norteamericano Clifford Ryder, quien consiguió -por la vía política- un edificio de la calle Paula de La Habana Vieja, como albergue para los niños huérfanos. 

Sin dudas, una historia de compromiso, ternura y lealtad. Pero lo que nos trajo hasta aquí, es la última imagen de ella. Jeannette Ryder muere a los 65 años, por una enfermedad pulmonar. Su amada perra, Rinti, se echó frente a la tumba, rechazando cualquier asistencia de agua y alimentos, por lo que muere pocos días después.

El Bando de la Piedad contrató al escultor cubano Fernando Boada, para la creación de esta imagen, inaugurada en 1944, con la bendición del Arzobispo de La Habana. Así queda inmortalizada la lealtad, con que supieron vivir los dos. 

Quedan historias de personajes célebres o cotidianos y tumbas que por su valor estético, merecen conocerse, allí donde la muerte nos iguala. El Panteón de los Bomberos, la tumba del Amor de Leocadia y el hermano José con su mística yoruba, la de José Raúl Capablanca, el Campeón Mundial cubano de ajedrez de 1921 a 1927, la bóveda del Dominó, el Panteón del arquitecto José F. Matta, la Capilla de la familia Franchi-Alfaro, la del Conde de Rivero, la de Miguel C. de Mendoza. La Tumba de la Bordadora y si seguimos resultaría interminable, como inevitable la fecundidad de la vida frente a la muerte en el camposanto de La Habana, Cuba.


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