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    Según la Encuesta Nacional sobre Relaciones Familiares y Violencia de Género con las Mujeres, en el 2019, 65 de cada 100 mujeres fueron víctimas de algún tipo de violencia en Ecuador.

En 2020, 1.631 niñas, de entre 10 a 14 años de edad, dieron a luz en Ecuador, lo que equivale a cuatro por día.

Un fallo de la Corte Constitucional de Ecuador abre una posibilidad para la interrupción del embarazo en aquellas mujeres que han sido víctimas de una violación, pues, son mucha las niñas y adolescentes que vivencian esta terrible tragedia, muchas veces, por sus propios familiares.

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“Nadie ve, nadie oye y las montañas nunca hablan”, así lo comentó Sarita (un nombre ficticio para proteger su identidad). Ella cría sola a cuatro niños.

El primero de ellos fue producto de una violación, los dos siguientes son fruto de una relación que culminó y la última fue dada a luz por una de sus hermanas pequeñas, quien fue violada por el mismo agresor que violó a Sarita.

Sarita no supera los 25 años de edad; su padrastro la violó por primera vez cuando tenía tan solo diez años. “Tengo mucho miedo a la oscuridad y eso que soy vieja”, comenta, ya que en medio de la oscuridad fue que ocurrieron todas las atrocidades.

“Cuando me agarraban y me querían hacer cosas, yo decía que no. Incluso una vez corrí sin saber adónde. Me encontraron y me fue como en feria. Era unas golpizas de las buenas”, declaró en su momento.

Medida de la Corte Constitucional

El pasado 28 de abril, la Corte Constitucional de Ecuador emitió una resolución para despenalizar el aborto en todos los casos de violación, y no solo cuando las víctimas tenían discapacidades mentales, como hasta entonces ocurría, debido a lo estipulado en el Código Penal.

Este fallo dio paso a un enfrentamiento entre los defensores y detractores de la despenalización del aborto.

Sin embargo, también sirvió para recordar que en Ecuador las niñas y adolescentes viven un infierno de violencia sexual, sobre todo en las zonas marginales y rurales. En la mayoría de los casos, los agresores son los hermanos, padres, tíos, abuelos y padrastros.

Niñas que, según la abogada de la organización de defensa de los derechos sexuales y reproductivos, Ana Vera de Surkuna, “tienen una falta de información tan brutal que no saben que su cuerpo va a cambiar, entonces no se dan cuenta que el embarazo está muy avanzado”.

De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Relaciones Familiares y Violencia de Género con las Mujeres, en el 2019, 65 de cada 100 mujeres fueron víctimas de algún tipo de violencia en Ecuador, un 32,7 por ciento ha sido víctima de violencia sexual.

Vera estima que existe un “subregistro brutal” de dichas agresiones, debido al estigma que existe de denunciar, aunado a la empobrecida respuesta por parte del sistema de Justicia.

Tal como ocurrió con el caso en Sarita, en la mayoría de los otros casos, es el hombre de la casa el agresor; las víctimas no denuncian porque el agresor, además, es la única fuente de ingresos en la casa. En otras ocasiones no se les cree porque son niñas.

Sarita comenta que su madre prefirió mantenerse en silencio. “Cuando le dije lo que pasa, tenía idea de que le reclamara algo (al agresor), pero inclusive dijo que yo he tenido la culpa”.

La autora del reportaje “Las niñas invisibles de Ecuador”, Ana Acosta, recomienda comprobar el registro de nacimiento del Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC). “Como tiene registrados los partos de niños vivos por edad de la madre, y como cualquier relación sexual en menores de 14 años es considerada violación por el código penal, entonces no hay por donde perderse”, refiere.

En 2020, 1.631 niñas, de entre 10 a 14 años de edad, dieron a luz en Ecuador, lo que equivale a cuatro por día. La cifra no contempla las que no quedaron embarazadas, más las que abortaron o las que tuvieron complicaciones obstetricias y no puedo dar a luz.

El incesto: una realidad

Sarita dio a luz a 13 años de edad y fue abusada por primera vez a los 10 años, pero el horror del incesto lo vivió a los 7 años de edad, cuando tuvo la sospecha de que su padre abusaba de su prima.

“Pensándolo bien, ahora siento que debí darme cuenta, debí saber. Pero los niños se olvidan de todo, cuanto más rápido, mejor”, admite. “Cuando me pasó a mí, supe lo que la otra estaba sintiendo”.

No obstante, ese abuso no fue motivo para que su madre se separara de su padre, sino que el ambiente se convirtió en hostil, y las agresiones contra la madre aumentaron. “Recuerdo a mi madre que cuando llegaba la tarde ya tenía miedo, porque sabía lo que le iba a pasar, a veces él llegaba borracho, fumaba y ahí mismo le pegaba”.

Luego de distanciarse y juntarse de nuevo, por varias veces, sus padres se separaron de forma definitiva; un hijo y una hija se quedaron con él. Dos hijas, Sarita y su hermana menor, se quedaron con la madre, quien se fue a convivir con otro hombre.

El padrastro violó y embarazó a ambas niñas. El padre a la otra hermana. “Creo que estos hombres son dañados de la mente, porque están dañando a la persona de por vida”, expresa Sarita.

Debido a que no está tipificado como delito, en Ecuador es un tema muy inusual de estudio, a pesar de que sí se considera como un agravante en los delitos contra la integridad sexual y reproductiva, tal como indica la psicóloga Fernanda Porras, en su estudio: “Cuerpos que sí importan”.

Sarita no pudo seguir sus estudios luego del parto y apenas abre una cuenta en el banco, por primera vez en su vida, ya que es la única forma de recibir la pensión de su expareja.

La Defensoría del Pueblo ha presentado un proyecto de ley ante la Asamblea Nacional para regular la interrupción voluntaria del embarazo en caso de niñas, adolescentes y mujeres víctimas de agresión sexual.

No obstante, las instituciones siguen debatiendo. Vera observa otra realidad que se hace presente en los sectores rurales y amazónicas: es más difícil presentar una denuncia por violación pues no hay Fiscalías.

Estas diferencias entre el campo y la ciudad no solo se hacen presentes en el inicio del embarazo de las niñas, sino también al final. Los centros de zonas rurales tampoco cuentan con la capacidad para practicar cesáreas, un método recomendado para dichos partos, debido al tamaño del cuerpo de las madres.

Para la antropóloga Lisset Cobas, en las zonas más remotas se mezcla la violencia de género, el racismo, la desigualdad social y la religiosidad. “Si se compara a una niña del monte con una de ciudad, la del monte a ver mil veces más inocente”, acotó.

“La niña de ciudad lo sabe todo, incluso se lo han explicado. La del monte no sabe qué es bueno o qué es malo, y si dice algo le dan tan duro y es mejor que se calle. Creo que los papás en el monte deberían cambiar un poquito. Ya es hora”, asevera.

Romper el círculo de violencia

Especialistas recomiendan comenzar por creer lo que los niños dicen y hablar con ellos. 

La psicóloga Maricruz Coto Chotto explica que el ciclo de violencia contra las mujeres inicia de forma sutil en muchas ocasiones, con comportamientos que no suelen ser identificados como violentos porque son aprobados por la sociedad.

"La mujer puede romper el círculo por sí misma. Cuando se logra romper con el ciclo de violencia, la mujer es la principal autora de este hecho (...) Es ella a quien deben otorgarse los méritos", asegura Coto.

Por su parte, la psicóloga clínica Dyalá Castro Cabezas afirma que "la ruptura del aislamiento resulta fundamental para la ruptura del círculo. Esto lo puede realizar tanto un profesional como una amistad, un grupo de apoyo, la red de apoyo en la comunidad o su familia".

Sarita sostiene que a sus hijos más pequeños “ lo único que les he dicho es que nadie les puede tocar y que si pasa tienen que avisarme”.

“A la mayor le he dicho que pronto le ha de bajar la menstruación y que no debe asustarse porque es algo normal, y que nadie la puede tocar ni decirle nada (...) Hasta ahí he avanzado, pero toca avanzar otro poco más”, enfatiza Sarita para evitar que este ciclo se repita.


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