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    Putin regaló a Trump un balón del Mundial de Rusia 2018.

El resultado de la primera cumbre bilateral despertó la ira de los sectores guerreristas de Washington, un cúmulo de interrogantes entre analistas, y un brote de esperanza en torno una nueva era de entendimiento entre las potencias.

La cumbre Putin-Trump en Helsinki, Finlandia, es un encuentro clave por su significado en la crisis actual del orden internacional liberal. Fue la primera cumbre bilateral de los mandatarios, y su resultado despertó críticas airadas entre los sectores conservadores en EE.UU., un cúmulo de interrogantes entre analistas de todo el mundo, y un brote de esperanza en torno a la posibilidad de que la reunión inaugure una era de estabilidad global a partir de un entendimiento entre las potencias.

Ambas partes evaluaron la reunión como” positiva y productiva”. Putin destacó el ambiente "sincero y de trabajo", mientras Trump expresó su esperanza en que esta instancia promueva "nuevas vías hacia la paz y la estabilidad en todo el mundo".

Es necesario plantear que la figura de Trump está estigmatizada en los medios occidentales, tal vez más por sus virtudes que por sus defectos. El presidente norteamericano se perfila cada vez más como un enemigo del “Estado profundo” estadounidense, esto es, los sectores de poder que, presentes en todas las administraciones y en variados estamentos, son socios de la corporación militar-armamentista que alimenta la expansión imperialista del país. En este sentido, el Estado profundo es partidario del “capitalismo financiero”.

>>Putin y Trump tras cumbre: La relación entre Rusia y EE.UU. ha cambiado

Trump se ha declarado partidario de un “capitalismo productivo”, y en ese contexto se deben interpretar las medidas proteccionistas, el cierre progresivo de fronteras y últimamente los regaños a los socios europeos de la OTAN que no aportan su cuota para el sostenimiento de la alianza militar.

Analistas como Thierry Meyssan opinan que Trump pretende reducir el peso del estado imperial estadounidense, imposibilitado de sobrevivir por la creciente deuda externa, para replegarse en un capitalismo centrado en el desarrollo fronteras adentro.

Más allá de si esta estrategia es viable o no, una anécdota de Trump días antes de la reunión con Putin reflejó que bajarle el perfil a las pretensiones de la corporación armamentística puede estar dentro de sus intenciones.

Trump hizo asistir al secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, a la residencia del embajador estadounidense en Bruselas, y en presencia de la prensa, le hizo notar que Alemania alimenta su economía con gas del “amigo” ruso mientras pide que la OTAN la proteja de su “enemigo” ruso. Al subrayar esa contradicción, Trump, sólo una semana antes de su encuentro con el presidente ruso, desvirtuó una larga lista de quejas contra Rusia que aparecen en la Declaración de Apertura de la cumbre de la OTAN.

Otro gesto fuerte fue asumir las culpas de EE.UU. en la mala relación que existe con Rusia, culpando a una “caza de brujas amañada” por las “filtraciones” y “acusaciones” que han ensuciado la relación entre las dos potencias. Ese tweet, que fue un pase de facturas contra sus enemigos del “Estado profundo”, fue recibido con furia por los sectores guerreristas de Washington.

>>Trump asume culpas de EE.UU. en la mala relación con Rusia

La reunión entre Putin y Trump puede evaluarse como un avance o como un retroceso dependiendo de la postura moral que asumimos frente al sistema internacional actual. Pero es evidente que asistimos a una etapa de reacomodo donde los poderes establecidos y emergentes buscan construir un orden mundial que permita la construcción de pactos duraderos que reflejen el nuevo equilibrio en el mundo.


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