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    “Más allá del tiempo transcurrido, el silencio que se produjo, la mirada cómplice para retener en la memoria ese instante, acompañado de la inevitable lágrima, sé que rondará siempre en todos, cada vez que experimentemos instantes de supremo regocijo y sano orgullo”, dijo la historiadora María del Carmen Arriet.

La realización de más de mil entrevistas, les permitió crear una base de datos a partir de unas 300 que resultaron de interés.

Parecía el suelo lunar con tantos cráteres abiertos, porque en total hicieron unas 2.000 perforaciones. Como lo más probable era la información sobre la pista aérea de Vallegrande, los científicos cubanos incluyeron los datos del origen de su construcción para poder enlazar la geología con la historia, en la pesquisa de los restos del comandante guerrillero Ernesto Che Guevara y sus compañeros caídos.

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De los 10.000 metros cuadrados de pista aérea de Vallegrande, divididos en sectores, se conformaron 12 cuadrantes. Cada tramo enlazaba con el contiguo, en la intensa búsqueda. 

En 1995 resultó definitoria la firma de un decreto presidencial, emitido por Gonzalo Sánchez de Lozada tres días después del impacto internacional de la supuesta noticia, donde se reconocía a Vallegrande como el lugar donde estaban enterrados los guerrilleros.

A partir de aquí, Sánchez de Lozada autorizó a verificar la información, y de comprobarse, entregar los restos a los familiares de los caídos para darle “cristiana sepultura”. 

A tal efecto, Cuba organizó una Comisión Central con un grupo ejecutivo integrado por decenas de instituciones.

Foto: Cubadebate

La participación de los científicos cubanos, quienes después de una intensa búsqueda encontraron los restos de Ernesto Che Guevara, justamente a los 30 años de su asesinato en La Higuera el 9 de octubre de 1967, es rememorada por estos días, como un hito de la ciencia cubana.

Un silencio rotundo

El primero de los científicos cubanos en llegar fue el especialista en Medicina Legal, doctor Jorge González Pérez, en su doble condición de médico forense y como representante legal de los familiares del Che, Tania y de otros cubanos caídos. 

La realización de más de mil entrevistas, les permitió crear una base de datos a partir de unas 300 que resultaron de interés. Desde Cuba, ya tenían 13 interpretaciones probables sobre los hechos históricos y en más de un año en Bolivia, se dedujeron 88 versiones sobre el destino de los restos mortales del Che.

Precisa González Pérez que, de acuerdo con la información recopilada, “el Che estaba junto a los otros combatientes en la zona de la lavandería del hospital. Que en el pueblo (Higueritas) se apagaba la luz a las 10 de la noche y fue el momento cuando los militares se llevaron sus cuerpos, en un camión”. 

También con las entrevistas escucharon que los militares abrieron una zanja con un tractor. Entonces fueron a averiguar cuántos tractores tenían, por entonces, en el Batallón de Ingenieros. Como sólo tenía uno, encontraron a quien lo había conducido aquella noche, aunque dijo “que no sabía para qué era”.

“Calculamos la estatura del hombre para conocer qué veía y que no, cuando estaba sentado en el tractor haciendo la zanja para el enterramiento. Calculamos el ancho de la fosa y nos dijimos que tendría que tener unos 4 metros de ancho porque la pala medía 3,20 metros y nunca pasaba exactamente por el mismo lugar. Calculamos que la fosa tendría unos 2 metros de profundidad y unos 15 de largo por la medida del tractor”. 

González insistió, “buscábamos el lugar de la pista aérea de Vallegrande, donde había una zanja de 2 metros de profundidad por 15 de largo y 4 metros de ancho y eso lo supimos en junio de 1997. Ese día logramos saber dónde estaba esa zanja tapada”. 

El 26 de junio de 1997 abrieron una fosa en la zanja encontrada y otra a la izquierda.

Les quedan dos días

En la fría noche boliviana del 27 de junio de 1997, el jefe de Seguridad del Estado de Bolivia, les “recordó” al equipo que tenían dos días para terminar los trabajos. 

Y por qué no pensar, que aquel ultimátum querría decir cuán próximos estaban a su objetivo. Porque los científicos cubanos estaban siendo observados por un camarógrafo del Ministerio del Gobierno boliviano, algunos pobladores y alumnos de una escuela cercana.

Continuaron trabajando con máquinas de una empresa que, ese día, construía un alcantarillado. Un momento de alta tensión fue cuando a 167 centímetros (cm) de profundidad en la fosa, la “pezuña” de la máquina se enganchó con algo, que resultó ser el cinto del Che. 

Había sido enterrado con su uniforme. No por respeto seguramente, sino por el sigilo y premura con que llevaron a cabo aquel enterramiento profano. Eran las 09H25 (hora local) del 28 de junio de 1997.

"¡Para, para!", dijo el doctor González desde el fondo de la fosa, al hombre que manejaba la máquina retroexcavadora. Inmediatamente su colega Héctor Soto bajó hasta allí.

Foto: Granma

El licenciado en Ciencias Biológicas y Antropólogo forense en el Instituto de Medicina Legal de Cuba, Héctor Soto Izquierdo, ya era una figura notoria de su especialidad en el mundo. Se había instalado desde el 12 de enero de 1997 en Bolivia para la búsqueda de los restos de los combatientes. 

Al bajar a la fosa extremó los cuidados. Por precaución, pidió a sus compañeros que se alejaran del lugar. Lo que pudiera ocurrir de ahora en adelante, podría comprometer la búsqueda en esta etapa definitoria.

Lo primero que hizo Soto fue sacar una cuchilla y con una pequeña incisión, comprobó si aquello redondo que cubría la tela de una campera verde olivo, era el cráneo del comandante Ernesto Guevara, o el metal de un artefacto explosivo. 

“Se decía que junto a los restos del comandante guerrillero se colocó, en octubre de 1967, una bomba para que explotara cuando los cubanos descubrieran el lugar oculto donde fue sepultado e intentaran desenterrarlo. Aquella excavación era todo un desafío”, dijo Soto al diario Juventud Rebelde.

Así lo narró el periódico boliviano “El Mundo”, el 16 de julio de 1997, cuando el mismo Jorge González explicó el diálogo entre él y Soto al comprobar que el cráneo era el del Che.

“Le digo a Soto que revise para ver si había manos. Está la prensa y mucha gente mirándonos. Él me responde: ‘Negativo el interesado’, que es un lenguaje policíaco que nosotros utilizamos. Y efectivamente no había manos. Nos quedamos callados, guardamos el secreto e incluso cubrimos ese espacio con tierra para que no se viera. Soto introduce la mano por debajo de la chamarra y confirma las protuberancias superciliares características del Che. Además, comprueba la ausencia de un molar, o sea, dos datos fundamentales para la identificación”.

Cuando el antropólogo introdujo su mano por debajo de la chaqueta, verificó la prominencia de los arcos superciliares e intuyó que coincidía con esa característica de la frente del líder de la guerrilla. También verificó la ausencia de un molar superior izquierdo, de acuerdo con su ficha dental. En el bolsillo encontró una bolsita con la picadura de la cachimba y adheridos a la chaqueta los residuos del yeso de la mascarilla mortuoria realizada al Che.

“En ese momento -evoca Soto- en la parte superior de la fosa estaban todos los integrantes de nuestro equipo, representantes del Gobierno boliviano y algunos periodistas. Fue el día 30 de junio o el día primero de julio de 1997. En el interior de la fosa estábamos dos argentinos, Jorge González y yo. La exhumación de los restos de esa fosa común, fue el 5 de julio, y la identificación definitiva la hicimos en el Hospital Japonés de Santa Cruz de la Sierra, el día 12 de ese mes”.

Desde el inicio sospechó que se trataba del Che. Comprobó que no tenía manos, había sido enterrado con su uniforme -una chaqueta verde olivo- y sin zapatos. Era el esqueleto número dos, por el orden de aparición de los restos.

Representante legal de los familiares del Che, Tania y de otros cubanos caídos, doctor Jorge González. I Foto: Cubadebate

Fueron siete las osamentas encontradas en aquel lugar, lo que coincidía con la historia. Reinó un silencio rotundo que cayó sobre la fosa, mientras eran enumerados los restos mortales, según su aparición. Allí permanecieron toda la noche, custodiando la fosa abierta. 

Por cuestiones de seguridad, el equipo que realizó la exhumación se instaló en la morgue del Hospital Japonés, ubicado en Santa Cruz de la Sierra, escenario de la meticulosa labor de identificación de los caídos. Allí supieron que, con excepción del Che, todos presentaban impactos de bala en el cráneo. Era evidente que no querían testigos: fueron rematados al caer en combate o después de ser heridos.

“No confiábamos en nadie. Los días que estuvimos en la morgue del Hospital Japonés dormimos junto con los esqueletos; no nos fuimos a un hotel, ni a una casa. Estuvimos ahí hasta que los restos se trasladaron a Cuba”, recuerda Soto. 

“Cuando encontramos los restos de Ernesto Guevara sentimos un alivio extraordinario, porque todo el mundo estaba atento a nuestro trabajo”, narra el doctor González, que igualmente por precaución, para el traslado de los restos, pidió ayuda a los periodistas; era necesario que registraran los hechos. Imaginó que por algún desatino “podían secuestrar los restos, hasta por dinero”. Desde allí, salió para el aeropuerto con una caravana de seguridad.

 “Los argentinos se habían ido desde marzo y no estaban. Los primeros de ese grupo llegaron el 1º de julio de 1996. Les avisamos para que vinieran”. Con ellos, “surgió una hermandad desde el primer día”, comentó González a la prensa.

“No hay misión imposible, siempre hay una posibilidad. Es necesario buscar alternativas para aportar a la obra común, que es la Revolución Cubana. Hay que superar cualquier obstáculo para cumplir con la encomienda que se nos asigne. Tuvimos tropiezos e hicimos grandes esfuerzos; pero no nos dejamos quitar el entusiasmo. Las dificultades tienen que convertirse en fortalezas”, recuerda ahora el doctor Jorge, actualmente al frente de la Docencia Médica en el Ministerio de Salud Pública de Cuba.

Todos lloraron de alegría al encontrar los restos. “El impacto fue demasiado fuerte. Fueron días de tensiones, porque aunque existían fuertes indicios, no estaban aún las pruebas legales”. “Más allá del tiempo transcurrido, el silencio que se produjo, la mirada cómplice para retener en la memoria ese instante, acompañado de la inevitable lágrima, sé que rondará siempre en todos, cada vez que experimentemos instantes de supremo regocijo y sano orgullo”, dijo la historiadora María del Carmen Arriet, quien todavía desempeña una gran labor en el centro de estudios guevarianos.

 “Consideramos que no teníamos necesidad de ADN”, recuerda González. “Lo realizamos para saber qué nivel técnico teníamos. Yo tenía la certeza absoluta de que era el Che. No hay dos personas que puedan tener la misma posición de los dientes”

Un arduo trabajo de muchas personas, destacan los científicos, en reverencia a todos los colaboradores anónimos.

“Nos basamos en lo aportado por más de 100 especialistas de unas 15 instituciones que desde Cuba nos ayudaron. Por Bolivia pasaron otros 13 compañeros, 20 en total. También participaron en la fase final los antropólogos forenses argentinos Patricia Bernardi, Alejandro Incháurregi y Carlos Somigliana”, precisa Soto, quien previamente se encontraba en la Universidad de Montevideo, Uruguay, impartiendo clases de Antropología Forense, cuando le dijeron que debía partir hacia Bolivia.

Fue irrefutable la analogía de las radiografías dentales, fotografías de alto valor probatorio, y el dentigrama del Che. Contaron para ello con una placa dental practicada en México en la década de los 50 del siglo anterior. Igualmente, con moldes de la dentadura implantada para cambiar su fisonomía antes de salir de Cuba, con el objetivo de su enmascaramiento, hecha por el doctor Luis García Gutiérrez (Fisín) 

Fueron probatorias otras lesiones del esqueleto, tales como una fractura en la clavícula, el antebrazo, la segunda vértebra dorsal, el fémur y el muslo.

También se demostraron las coincidencias en raza, edad, sexo y estatura. Con el programa Supcrafot, se superpuso y compararon las imágenes craneales, con absoluta coincidencia.

Cuba ratifica diez años más tarde, la identidad plena de la osamenta del héroe mediante las técnicas de ADN. “Habíamos cumplido la tarea y se demostró que los científicos formados por la Revolución eran un éxito de la ciencia y la técnica cubanas”, expresó González Pérez.

Todavía quedan cinco guerrilleros por encontrar: el cubano Jesús Suárez Gayol (el Rubio) y cuatro bolivianos. Durante la exploración se indagó sobre sus paraderos. 

El Rubio murió en el combate del río Ñancahuazú, en la desembocadura del río Tacuaral. No fue fructífera la búsqueda, dadas las condiciones geográficas del lugar y la amplitud del terreno de la probable sepultura. El hijo de Suárez Gayol, quien participó durante la búsqueda, quedó convencido de las dificultades para ello.  

Jorge Vázquez Viaña (Loro) fue arrojado a la selva. Lorgio Vaca Marchetti (Carlos)  murió ahogado en Río Grande, igualmente Benjamín Coronado Córdova se ahogó en el río Ñancahuazú. Raúl Quispaya Choque (Raúl), quien murió combatiendo en el río Rosita, se dijo fue enterrado en Santa Cruz de la Sierra y cubierto construcciones de la ciudad. 

Los restos identificados fueron trasladados a Cuba, donde recibieron el homenaje de todo el pueblo. Se encuentran, desde el 17 de octubre de 1997, en el Mausoleo de la Plaza de la Revolución Ernesto Guevara de la ciudad de Santa Clara.

El Che en Fidel Castro

En el libro “Cien Horas con Fidel”, su autor Ignacio Ramonet pregunta a Fidel:

- ¿Cómo se entera usted de la muerte del Che? 

“Ciro Bustos, un argentino, único superviviente del grupo de Jorge Masetti, y enlace de la columna del Che con los militantes argentinos que debían unirse a la guerrilla, fue capturado y, sometido a tortura, suministró al parecer información sobre la presencia del Che y su localización”.

“Aunque consciente de los peligros que él estaba corriendo desde hacía meses, y de las condiciones extremadamente difíciles que enfrentaba, su muerte me pareció algo increíble, un hecho, no sé, al que uno no puede acostumbrarse fácilmente. Pasa el tiempo y, a veces, uno sueña con el compañero que murió, y lo ve vivo, conversa con él y, de nuevo, la realidad nos despierta. Hay personas que, para uno, no murieron; poseen una presencia tan fuerte, tan poderosa, tan intensa, que no se consigue concebir su muerte, su desaparición. Principalmente por su continua presencia en los sentimientos y en los recuerdos. Nosotros, no sólo yo, sino el pueblo cubano, sufrimos de manera extraordinaria con la noticia de su muerte, aunque no fue inesperada”.

Después de 25 años, el pueblo de Cuba considera el hallazgo de sus restos mortales como un hito de mujeres y hombres de la ciencia cubana, y un símbolo más de victoria, como siempre lo fue y será, la figura del Che Guevara.

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