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    Los sobrevivientes de los asaltos a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo, el 26 de julio de 1953, fueron masacrados en su mayoría. Luego se realizó un juicio amañado a 30 revolucionarios y los privaron de libertad en la siniestra cárcel de la Isla de Pinos.

En Cuba también existía el concepto de que una revolución podía hacerse con el ejército o sin el ejército, pero nunca contra el ejército, eso fue desmentido el 26 de julio de 1953.

“Lo copié en limón”. El programa de la Revolución, que no fue otro, que su alegato de autodefensa en el juicio del Moncada, salió de un modo secreto de la cárcel. 

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“Hice la defensa y después –pero allí estaba Marta– tuve que reconstruirla porque allí no había un micrófono, ni nada y la reconstruí en la prisión, demás está decir –como hago con los discursos míos, estos que improviso– los reviso, si me falta algo se lo añado o lo quito”. Así lo narró Fidel Castro.

“Con jugo de limón –esa sí es la tarea del indio– en cartas que le mandara a Lidia mi hermana, Irmita unos pedacitos y después toda la hoja completa”. “Escribir en limón es difícil y que no haya habido un solo error, se requiere la concentración de una hormiga, ahí paciente y yo tenía mis técnicas de cómo ir haciéndolo, porque durante unos segundos tú vez todavía la humedad, después lo pones en una plancha lo pones en un horno y sale completo, así se difundió “La historia me absolverá”.

Los sobrevivientes de los asaltos a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo, el 26 de julio de 1953, fueron masacrados en su mayoría. Luego se realizó un juicio amañado a 30 revolucionarios y los privaron de libertad en la siniestra cárcel de la Isla de Pinos. La condena más severa fue de 15 años para el líder, Fidel. 

Foto: Prensa Latina

El descrédito del presidente golpista Fulgencio Batista, con intentos de reelección en 1954, llevó al dictador a firmar un indulto a sus opositores prisioneros, pero no a los del 26 de julio.

Denuncias públicas y manifestaciones perennes, el activo reclamo de las madres y del pueblo, condujeron a la excarcelación de los “moncadistas”, amenazados con la muerte o el exilio. En un manifiesto proclamado por Fidel ese día, ratificaba que no habría descanso ni diversión, sino un camino de lucha y batallar sin tregua por una patria sin despotismo, ni miseria. “Los déspotas pasan, los pueblos perduran”, enfatizó. 

Más adelante, el líder de la Revolución reflexionaba sobre esa gesta. ” Y aquel grupo de combatientes, los que no fueron asesinados, fuimos a parar a las prisiones con nuestros propósitos y nuestros sueños, para allí poder madurar, tras largos meses de encierro, el ideal que llevábamos dentro, el propósito que nos animó a dar la primera batalla, a persistir en nuestro objetivo a pesar de la adversidad de aquel minuto, a persistir en nuestro propósito (…)”.

Antes y después del Moncada

Días muy difíciles en México, fecunda organización y determinación de vencer. “La estrategia que hacemos en la cárcel ya, es la de la guerra en la Sierra Maestra”. 

Se afinan los preparativos de la expedición del yate Granma, la lucha en la Sierra y en la ciudad. El Movimiento se transforma en el Ejército Rebelde del pueblo, el mismo que se encargó de recopilar más de 80.000 fusiles, provisiones y equipos de guerra. El 26 de julio de 1953 perdieron todas las armas. ¿Cómo podría tomarse el poder, sin la contribución arriesgada del pueblo cubano?

Desde el primer combate armado, que inicio aquella madrugada del 26 de julio de 1953, con un centenar y medio de rifles de pequeño calibre y armas cortas, con solo tres de guerra, el líder de la Revolución lo tenía definido.

“Para mí era clarísimo: no se podía tomar ese Cuartel en la ciudad con la radio motorizada, era muy difícil moverse y había que ir a la guerra irregular, pero hacía falta un número de armas para empezar, y allí había como 2.000 o 3.000 y nosotros fuimos a ocupar las armas, levantar la ciudad de Santiago de Cuba”, dijo Fidel.

Foto: Ecured

Sumadas las bajas del ejército y la policía, el aparato represivo militar de la tiranía sufrió 46 bajas: 19 muertos y 27 heridos, entre Santiago de Cuba y Bayamo. Las fuerzas revolucionarias, ocho muertos y diez heridos en combate. Los asesinatos contra los jóvenes rebeldes, ese y los siguientes cuatro días, sumaron 61 mártires.

Una de las asaltantes -participaron dos mujeres- rememoraba la gesta ante los estudiantes universitarios. Haydee Santamaría lo veía así: esto nos pasaba antes o decimos: ‘Esto nos pasaba después’.  Y ese antes y ese después son, antes del Moncada y después del Moncada.

“La transformación después del Moncada fue total. Siguió siendo aquella misma persona, pudimos seguir siendo aquella misma persona que fue llena de pasión, pero la transformación fue grande, fue tanta que si allí no nos hubiésemos hecho una serie de planteamientos, hubiera sido difícil seguir viviendo o por lo menos, seguir siendo normales”.

“Allí se nos reveló claramente que el problema no era cambiar un hombre, que el problema era cambiar el sistema; pero también que si no hubiéramos ido allí para cambiar a un hombre, tal vez no se hubiera cambiado de sistema”.

En el libro “Haydee habla del Moncada”, se resumen sus memorias. “Allí pensamos cuanto podíamos seguir haciendo y la enorme voluntad que teníamos que seguir teniendo. Porque recordamos siempre –lo recordamos como si fuera ese primer día-, cuando Abel nos decía: ‘después de esto es más difícil vivir que morir, por lo tanto tienes que ser más valiente tú que nosotros; porque nosotros vamos a morir y ustedes, Melba -Hernández- y Haydée, tienen que vivir, tienen que ser más fuerte que nosotros, es más fácil esto que lo otro’. Aquello nos ayudó a pasar las horas más terribles que pudimos haber vivido, pero también nos ayudó a vivir”.

“Pero es que los hechos quedan, cuando quedan también del hecho, algunos hombres firmes. Porque el Moncada se hace grande por la firmeza de los que mueren y por la firmeza de los que viven. El Moncada no hubiera sido nada sin la firmeza de los que murieron y sin la firmeza de los que vivieron”.

“David”, el máximo jefe nacional del Movimiento Revolucionario 26 de julio en la clandestinidad, era el maestro Frank País García. En una carta fechada dos días después del asalto, describe los acontecimientos a su novia Elia Frómeta. “Los jóvenes (asaltantes) se marcharon a Siboney y luego a la Gran Piedra y demás lomas, donde los guapos ahora los están persiguiendo como a perros, a todos los matan, a los que se rinden también, imagínate, ellos que no conocen esos lugares, los matan como a mosquitos (…)".

Sobre el cuartel Moncada, refiere que “…estaban todavía tirados en el suelo, todos llenos de sangre, de balas y de honor, jovencitos algunos, que no tenían ni barba siquiera, uno colgado de un árbol, las piernas al aire, y los pies cortados, tirados en el suelo, mientras el cuerpo se tambaleaba en el aire. Era algo horrible y más horrible aún el asesinato que están cometiendo por esas lomas sin que nadie los vea, asesinos y cobardes”.

“Me llegué a colar con un grupo que traía a un soldado herido, (los cadáveres de los asaltantes) estaban tirados en el suelo, todos llenos de balas y de honor, jovencitos algunos, que no tenían ni barba siquiera, uno colgado en un árbol, las piernas al aire y los pies en el suelo (sic), mientras el cuerpo se bamboleaba en el aire. Era algo horrible (…)". 

“Me dio una rabia y un dolor ver cómo morían y mueren decenas de muchachos jóvenes”. 

“Después de unas horas de combate, se retiraron, dejaron pocos muertos, pero atraparon en el hospital civil a las dos mujeres y unos 17 jóvenes, (…) alguien, no puedo decirte, vio cuando los sacaban a culatazos, y mataban a algunos a culatazos, habiéndose ya rendido, y estando desarmados, reconquistaron el cuartel (sic) y los llevaron allí, donde los golpearon muchísimo y después alguien vio cómo los ahorcaban y los fusilaban sin juicio ni nada, (…) y los hicieron aparecer como muertos en campaña, una verdadera masacre".

“El resto huyó a Siboney y luego a la Sierra Maestra, donde los están persiguiendo como a perros sin tener compasión de los que se rinden, los asesinan también. Ayer vieron traer a seis prisioneros y fusilarlos en el cuartel y hacerlos aparecer hoy en los periódicos como que habían muerto en el tiroteo (…)".

Después del Moncada, Frank se dio a la riesgosa tarea de ir por “Villa Blanca”, más conocida por la granjita Siboney a buscar las armas que habían dejado atrás. Según el testimonio de Rafael Portuondo, para ello reunió a un grupo de compañeros y los puso enseguida a rastrear la zona en que está la granjita -Siboney- de la que partieron los asaltantes y sus alrededores. Esta encomienda tenía sus riesgos, pues todavía el ejército custodiaba esos parajes. 

El 29 de julio, escribe a su amiga Ruth Gaínza que “a mí me da una rabia y un sentimiento y te digo que esa mañana salí con un grupo buscando armas y te digo que si las hubiera encontrado a estas horas estaría yo también peleando con ellos. Me da muchísimo dolor que los estén asesinando así y yo con los brazos cruzados, viviendo cómodo en mi casa, es como para desesperar a cualquiera”. Es conocido que Frank País tuvo la idea de rescatar a los moncadistas presos en la cárcel de Boniato, proyecto que no llegó a fraguarse.

En los primeros días de agosto de 1953, volcó su coraje contra los crímenes en una denuncia, que imprimió de forma clandestina bajo el título de “¡Asesinato!”. La idea inicial era imprimir 4.000 ejemplares, pero no alcanzó el dinero. Publicaron 2.000 y surtió efecto.

“Altamente subversivo”, así lo calificó el operativo policial al afirmar que “se hacen alusiones a los sucesos ocurridos el día 26 de julio pasado en el cuartel Moncada, tergiversando esos hechos para confundir a la opinión pública e infiriendo frases amenazantes para miembros de las Fuerzas Armadas”. 

Frank fue detenido y preso por varios días. Era frecuente escucharlo alabar, no solo la valentía que tuvieron los atacantes, sino también el valor político de la acción. Igualmente sobre la decisión de Fidel de encabezar un enfrentamiento de este tipo, dijo que “mostraba que era un hombre puro”. En ese momento no se conocían las declaraciones de Fidel, ni se había producido el juicio contra los asaltantes.

Allí estaba Marta

Al día siguiente del asalto, comenzaba para Fidel y los sobrevivientes, el difícil reconocimiento de la derrota, como diría poco después en una carta desde el presidio y la urgente necesidad de subir a la Sierra Maestra, un revés que había que convertir en victoria. Apenas era el comienzo de la insurrección popular.

Foto: Prensa Latina

Mientras los combatientes extenuados, algunos heridos intentaban salvar su vida, Marta Rojas, una estudiante de periodismo tomaba el primer vuelo Santiago – La Habana, para llevar las evidencias fotográficas de la masacre cometida por los soldados de la tiranía batistiana, contra los jóvenes rebeldes. Estaba dispuesta a narrar lo acontecido en la Revista Bohemia, cuando la censura gubernamental impidió la publicación de los hechos.  

La causalidad la puso allí, de vacaciones en las fiestas carnavalescas más pintorescas de Cuba.

— ¿Te quieres ganar 50 pesos?

— ¿Qué tengo que hacer?

Panchito, el sagaz fotógrafo de la Revista Bohemia de Cuba, le ofreció a la jovencita, redactar una crónica sobre las festividades y el pie de foto de la pasión desatada en las calles de La Trocha. Justo cuando creyeron oír los cohetes chinos que emocionan al enardecido pueblo, Panchito le confirma -¡esos son tiros, se jodió el Carnaval!

“Los soldados se están fajando”, dijo alguien en la calle. 

Primero los periodistas, llegaron hasta el Diario de Cuba, luego a la Posta 6 del Cuartel Moncada, donde en medio de la confusión, impidieron el acceso de la prensa hasta pasado el mediodía del domingo.

Panchito solicita permiso para entrar al baño, mientras se alistaba el temerario coronel Alberto del Río Chaviano, jefe del Distrito Militar de Oriente. Al pasar, miró hacia un cubículo, donde había dos mujeres.

Luego sabrían que quizá estarían salvando la vida de Haydée Santamaría y Melba Hernández. Ellas fueron las dos únicas, entre las arrestadas en el Hospital Civil Saturnino Lora, que sobrevivieron al crimen. 

Lo único que no se inventó Chaviano en la conferencia de prensa fue quién era el líder, Fidel Castro. Contó sus mentiras y leyó una nota oficial. Obviamente no esperaba las preguntas de los reporteros. 

-¿Quiénes son las dos mujeres?, arremete Marta y él le responde que allí “no hay prisioneros, todos cayeron en el combate” o quizá mientras estábamos aquí, prendieron a alguien, dijo Chaviano. 

Descaradamente, apareció un teniente -Teodoro Rico- a ordenar enfáticamente que nadie podía recorrer el cuartel, porque estaban “preparando el teatro de operaciones”.

La joven estudiante de 23 años de edad, entendió claramente lo amañado del procedimiento. Reconstruían el escenario para sus planes oficiales.

Marta describe el periplo como “un dramático peregrinaje por los patios, escaleras y pasillos del Moncada”. Cadáveres de personas evidentemente torturadas, sin uñas ni dientes.

Huellas de manos desesperadas marcadas de sangre en la pared, balas incrustadas a quemarropa, en la frente; cuerpos inermes recién vestidos de limpio y nuevo, con uniformes del ejército de Batista.

“¡Sin fotos!”, enfatizó el Chacal de Oriente, como conocían a Chaviano.

Panchito Cano se ladeó hábilmente tras un camión y le pidió a Marta los rollos de fotos del Carnaval, que intercambió por los que usó allí y que Marta protegió escondiéndolos, en una faja tubular, bajo su espléndida falda. A pesar del riesgo, en la Redacción de Bohemia los esperaba el censor del Estado Mayor del Ejército, quien apenas permitió publicar una nota oficial y algunas fotos escogidas. 

La vida del fotógrafo ya estaba “jurada”, por lo que le indicaron “perderse”. A Marta, quien tenía a su familia en esa ciudad, la enviaron otra vez para Santiago.

“Visité los lugares relacionados con el Moncada: la Granjita Siboney, el hospital; me llegué hasta Bayamo, todo con el interés de enriquecer mi reportaje para publicarlo cuando suspendieran la censura. Siempre iba con alguna compañerita o un amigo”

Se acercaba la fecha del juicio a los asaltantes del Moncada, es cuando su familia le da la idea, de que entrevistara previamente a los magistrados para ganar su confianza, a través de una publicación en Bohemia. Esa habilidad es la que la coloca frente a la Causa 37, desde el 21 de septiembre, hasta el 16 de octubre de 1953.

Panchito Cano, obtuvo los reportajes gráficos del asalto por el precedente de que, por afición fotogénica del coronel Chaviano, fungía Cano, además, como primer teniente de la Policía Nacional, destacado al Buró de Prensa Regimental. En sus fotos, los mártires aparecían en largas y profundas zanjas, desnudos, desfigurados por crueles torturas y asesinados después de rendirse.

Sus rostros destruidos a culatazos, grandes agujeros en sus espaldas develaban el uso de las bayonetas de los fusiles, según relata la historiadora Nydia Sarabia. 

Miguel Ángel Quevedo logró esconderlo en su finca después de los sucesos del Moncada. Luego el director de Bohemia lo sacó para La Habana y le alquiló un apartamento frente a la revista.

Panchito terminó enfermo y traumado, por el hostigamiento y lo que vio en el Cuartel Moncada. Partió de Cuba al triunfo de la Revolución y poco después murió.

Hubo otros tres fotógrafos: el teniente Zenén Carabia Carrey, del Negociado de Prensa y Radio del Cuartel. El fotógrafo Ernesto Ocaña, del Diario de Cuba y Fernando Chenard Piña, militante del Partido Ortodoxo, asignado al grupo que tomó la posta 3 del Cuartel Moncada. Fue apresado, brutalmente torturado y asesinado.

Marta Rojas escribió 200 páginas y se las dio a guardar a Santa, niñera de una casa de huéspedes de Marianao, La Habana. Fue a buscarlas en la madrugada del 1 de enero de 1959.

El director de la Revista Bohemia, Miguel Ángel Quevedo, le pidió el documento cuando Fulgencio Batista huía a República Dominicana. Por fin, la verdad saldría a la luz.

El motor pequeño que ayuda al grande

Cuando la emisora revolucionaria Radio Habana Cuba trasmitía discursos conmemorativos, en 1966 y 1967, Ernesto Guevara reunió a su destacamento Guerrillero en el altiplano de Bolivia para escucharlos. 

“Por la noche di una pequeña charla sobre el significado del 26 de julio: rebelión contra las oligarquías y contra los dogmas revolucionarios”, escribía luego en su diario de campaña. Eran las 'aportaciones fundamentales' de la Revolución Cubana 'a la mecánica de los movimientos revolucionarios de América".

Continúa. "Sobre ello, años antes lo hizo en su libro La Guerra de Guerrillas. Era su reiteración a “la actitud quietista de revolucionarios o seudorrevolucionarios que se refugian, y refugian su inactividad, en el pretexto de que contra el ejército profesional nada se puede hacer”.

Foto: Prensa Latina

Para el Che, lo ocurrido en el Moncada marcó un hito. En Cuba también existía el concepto de que una revolución podía hacerse con el ejército o sin el ejército, pero nunca contra el ejército, eso fue desmentido el 26 de julio de 1953.

“Es necesario demostrar claramente ante el pueblo, la imposibilidad de mantener la lucha por las reivindicaciones sociales, dentro del plano de la contienda cívica”.

Una vez agotadas las posibilidades de una lucha legal, cuando “la paz es rota por las fuerzas opresoras que se mantienen en el poder contra el derecho establecido”, es viable la insurrección, afirmó. El  joven abogado Fidel Castro le demostró que no había más opción que la de los mambises en 1868 y el 1895. 

Sentarse “a esperar a que de una forma mecánica se den todas las condiciones objetivas y subjetivas necesarias, sin preocuparse de acelerarlas”, era inconcebible para el Che Guevara, en sintonía con lo expresado por Fidel previo al asalto, “hace falta echar a andar un motor pequeño, que ayude a arrancar el motor grande”.

Declaraciones de Fidel en el año 2000.


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