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¿Puede la izquierda ganar una elección sin pueblo organizado?
Publicado 28 abril 2020



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Tomado de La Época*

¿De qué forma la izquierda tiene posibilidades de triunfar en las elecciones democrático representativas (burguesas)?

¿Es una eficiente y efectiva estrategia electoral, al margen de la relación de fuerzas entre clases dominantes y clases subalternas, lo predominante, incluso único, para que una candidatura de izquierda sea capaz de seducir a un alto porcentaje de la población y coronarse como fórmula ganadora? ¿Es una estrategia política general, con su correlato político-electoral, que construye “desde abajo” una relación de fuerzas favorable en la lucha social, para luego traducirla en votación mayor a la recibida por los candidatos de derecha, lo que conduce a una victoria político-electoral?

Es evidente que se puede reflexionar mucho respecto de cada una de las preguntas formuladas. Incluso, se pueden incorporar otras interrogantes en la misma dirección y volver el tema aún más complejo. Empero, con el riesgo de aparecer muy simple, ensayemos algunos criterios.

El primero es que las formas de hacer política electoral están en dependencia de la situación política general de la época. Hay una íntima relación entre las características políticas de un determinado período histórico general y las características de una coyuntura electoral específica. Una correcta estrategia electoral que haga abstracción de los rasgos políticos del período y la coyuntura, por muy seductora que se presente ante los ojos y oídos de la gente, no dará mecánicamente el resultado que se espera: el triunfo.  Por el contrario, una estrategia electoral que se base en el pueblo convertido en fuerza social y con presencia territorial efectiva, será capaz de seducir y atraer a varias fracciones de la pequeña burguesía y a otros sectores atrasados del campo popular a inclinarse por un candidato de izquierda.

Segundo, es verdad que las condiciones y las herramientas existentes en esta segunda década del siglo XXI son distintas, incluso radicalmente distintas, de las condiciones y las herramientas que la izquierda desarrolló y utilizó para conquistar triunfos electorales, primero, e instalar gobiernos de su corte ideológico-político a fines del siglo XX y principios del siglo XXI, después. No hay duda que el papel de los medios de comunicación y las redes sociales –como aparatos ideológicos de Estado- tienen cada vez un mayor grado de influencia en la configuración de resultados electorales, pero si es o no predominante depende del tipo de formación social, del carácter de la confrontación clasista del momento y de la naturaleza de las estrategias políticas de los actores.

Pero ni el primer y segundo criterio (formas de participación electoral, de una parte, y condiciones y herramientas, de otra), modifican en el fondo el aspecto principal de la democracia representativa que, a partir del fetiche de “un ciudadano, un voto”, está estructurada, por lo general, para asegurar en el largo plazo la reproducción del tipo de Estado capitalista. Salvo una determinada autonomía relativa del Estado respecto de sus clases dominantes, en momentos de crisis general, la izquierda puede hacerse del gobierno, aunque previamente construyendo desde “abajo” una relación de fuerzas sociales y políticas favorables.

A partir de estas dos consideraciones es bueno apuntar que, por regla general, la izquierda ha resultado ganadora de competencias electorales cuando su estrategia electoral ha logrado asentarse o expresar la tendencia de disponibilidad social de las clases subalternas. Es decir, de construir y condensar a través suyo un estado de ánimo y subjetividad presentes de una mayoría social que está indispuesta, por diversas razones, con el gobierno de turno, y que se inclina por el cambio a través de una opción contestaría al estado actual de situación. Es cuando se hace que la crisis general o incluso la indisposición con el gobierno de turno se incline de lado de un proyecto popular. Es decir, no es solo los atributos del candidato lo que gana a la mayor parte de los electores sino, sobre todo, cuando ese candidato o partido sintetiza el “sentido común” de lo que la gente quiere y por lo que está peleando en ese momento.

Ahora bien, ese “sentido común” no surge espontáneamente, más aún cuando la mayor parte del sistema estatal (aparato represivo y aparatos ideológicos de Estado) está en contra de una candidatura de izquierda. Es más bien el resultado de una paciente y hábil construcción de relaciones de fuerza favorables al cambio. Para eso es necesario una dirección consiente. Es cuando, sin dejar las técnicas modernas de inducción al voto, se va articulando en un solo gran tejido, fuerte y vigoroso, los tejidos sociales fragmentados. Las opciones de derecha tienen en una campaña de marketing electoral, por lo demás siempre costosa, la forma predominante para ganar una elección, pues el conjunto de los aparatos de Estado (represivos e ideológicos) trabajan para su beneficio. Pero la izquierda, aún sea reformista, está obligada a encontrar, en la fuerza organizada del pueblo la fuente principal de su estrategia, su táctica y sus herramientas de triunfo. Es más, aún la izquierda obtuviera un triunfo electoral producto de un alto nivel de rechazo de la población a los partidos de la derecha, debido a una crisis generalizada sin precedentes (crisis ideológica de las clases y fracciones del bloque en el poder), su grado de estabilidad y las posibilidades de profundizar sus medidas gubernamentales serán muy limitadas para enfrentar los desafíos de mediano y largo plazo si no cuenta con el pueblo organizado como fuerza social.

¿Eso quiere decir que la izquierda debe abandonar el empleo de técnicas modernas, como las redes sociales, para encarar una competencia electoral? No, no significa eso. Las fuerzas progresistas y de izquierda la deben usar al máximo, pero deben estar convencidas y no llamarse al “autoengaño” de que su hipotética victoria se debió a otras causas más grandes. Solo los ingenuos o a los que desconocen las leyes de funcionamiento de la política son proclives a ser engañados por ciertos técnicos o asesores electorales de pacotilla que se arrogan la victoria de un candidato de izquierda. De hecho, una medición del nivel de impacto de la batalla en las redes sociales mostrará que las mayores beneficiadas son las alternativas de derecha. El trabajo territorial, el trabajo de base, para organizar al pueblo y disponerlo a una batalla victoriosa que se traducirá en voto nunca será sustituido por las formas de incidencia política “desde arriba”.  Esas técnicas complementan, sí, pero no sustituyen a la conciencia y organización hecha fuerza material.

Para eso, quizá sea bueno diferenciar, como lo hiciera René Zavaleta, entre la democracia como una mera agregación de votos y la democracia como autodeterminación.  La suma de votos en la democracia representativa puede dar el gobierno, pero no sentar las bases para la construcción de un poder distinto al existente. Eso implica que un triunfo dentro de la democracia representativa para la derecha está en su condición de posibilidad, pues no altera en nada las relaciones de poder vigentes. Pero para la izquierda es insuficiente, pues se supone que desea la construcción un poder distinto al capitalista. Para que la izquierda triunfe en elecciones de la democracia representativa, primero debe constituirse como dirección de la sociedad, y eso solo es posible cuando el pueblo se convierte en sujeto histórico que instala su “sentido común” como predominante ante los demás.

En síntesis, no es “desde arriba” que la izquierda gana las elecciones con el solo uso de las técnicas modernas de incidencia política, sino, sobre todo, con la capacidad de constituirse “desde abajo” como referencia política y como parte del sujeto histórico. La izquierda gana elecciones no por el solo carisma de un candidato, que es importante pero insuficiente, sino por el provecho que le arranca a ese espacio de democracia representativa, que no es el suyo, para construirse como poder (hegemonía traducida en práctica política) antes de ser gobierno.  Esas son las lecciones de la historia y ese es el desafío de la hora presente.


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