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¡No son torpezas diplomáticas, es política de Estado…es política de la muerte!

¡No son torpezas diplomáticas, es política de Estado…es política de la muerte! | Foto: Información center

Publicado 1 noviembre 2021



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Fuimos testigos de las aún recientes declaraciones del ministro de Defensa, Diego Molano, en las que daba a Irán el estatus de enemigo, apenas para congraciarse con el Gobierno de Israel

Hay que aprender a separar al pueblo colombiano de sus oligarquías y de sus fanáticos gobernantes que mantienen un control férreo de dominio y control social.

Luis A. Bigott. Otra vez y ahora sí. Bolívar vs Monroe.

La política exterior del Gobierno del presidente Iván Duque ha estado enmarcada por un sinfín de torpezas o, en el mejor de los casos, desaciertos.

Desde la beligerante campaña que emprendió apenas empezado su Gobierno contra la República Bolivariana de Venezuela, que atiende a explicaciones que van más allá de la histórica hipótesis de conflicto Colombia-Venezuela (el apoyo al mal llamado grupo de Lima, el cerco diplomático y apoyo a las sanciones, el intento de entrada forzada por los puentes internacionales con el autoproclamado Guaidó y la toma de Monómeros, solo por mencionar algunos hechos), pasando por el mal calculado apoyo a Donald Trump, que le ha costado al Gobierno Duque varios viajes infructuosos a Washington, así como la política negacionista de las graves violaciones de DD.HH. ante la CIDH y la ONU, entre muchas otras aberraciones diplomáticas.

En el año que está por concluir fuimos testigos del penoso papel que emprendió la desdibujada canciller y vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez (quien no se cansa de caer física e institucionalmente), en defensa de los paramilitares colombianos detenidos por el magnicidio del presidente de Haití, Jovenel Möise.

También fuimos testigos de las aún recientes declaraciones del ministro de Defensa, Diego Molano, en las que daba a Irán el estatus de enemigo, apenas para congraciarse con el Gobierno de Israel a quien por esos días andaban visitando.

Contradictoriamente, una semana después, en Tuluá, la Policía Nacional desarrolló una apología al nazismo disfrazada de “intercambio cultural”. El presidente colombiano tuvo que salir a desmentir a su subordinado y aclarar su posición oficial frente a la apología nazi, sin embargo, recuperando las palabras de Ana María Arango, “las declaraciones que dio fueron casi tan desafortunadas como las palabras de Molano”.

Estos posicionamientos van más allá de la ineptitud diplomática de sus interlocutores. Rescatemos pues la historicidad de la gestación de tales posiciones políticas: la Doctrina Réspice Polum, fundamentación ideológica de la política exterior colombiana producida y proyectada en los primeros años del siglo XX, preconcebida desde los Gobiernos estadounidenses y aplicada en su versión mejor lograda en Colombia, advierte la característica de dominación y servilismo que ambos Estados concebían respectivamente: “mirar hacia el norte”, dictaba el sentido etimológico de la doctrina que configuró el colombiano Marco Fidel Suárez en 1914 y que enmarcaría la actuación política, regional e internacional del Estado colombiano en el resto del siglo XX.

Para ahondar en esta comprensión, es necesario entender la importancia de la geopolítica y remontarnos hasta la finalización de la guerra de los mil días y la posterior separación estratégica del departamento especial de Panamá, el 3 de noviembre de 1903.

Autores como Luis Bigott han rastreado, en el Congreso Anfictiónico de Panamá, desde casi un siglo antes a la independencia panameña, la generación de lo que en el siglo XX se conocería como la doctrina Réspice Polum: “En el fracaso de Panamá encontramos el inicio del drama; la conformación –una vez rota la utopía bolivariana y balcanizada la región- de una aristocracia santanderiana que mirará siempre hacia el norte en la búsqueda desquiciada del anexionismo”, escribió el autor venezolano.

Para este tipo de análisis es menester comprender el control territorial, especialmente si se desenvuelve en un Estado hipotéticamente débil en dicho control y, además, paradójicamente, en un territorio constituido por la colonización interna, como es el caso de Colombia.

Asimismo, es común comenzar a estudiar el inicio de la Violencia en la república colombiana desde el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948. No es para menos: el llamado “bogotazo”, además de haber sido una expresión clara de la lucha de clases, comprobó la premisa de Luis Suárez, debido a que ese mismo año, y unos días antes de ser asesinado el líder liberal, se constituyó en Bogotá la Organización de Estados Americanos (OEA).

Suárez mencionaba que la OEA “nació manchada de sangre colombiana” refiriéndose a su inminente papel en el magnicidio, mientras que los señalamientos oficialistas apuntaban hacia Moscú como una muestra más del anticomunismo en la naciente Guerra Fría. Un espíritu que aún pervive en el organismo pues ha sido la plataforma desde la cual los gobiernos colombianos han apoyado la salida de esta organización hemisférica de Cuba y Venezuela.

Algo de esto les debe sonar parecido, ¿no es acaso el mismo modus del supuesto ciberataque orquestado desde la capital rusa en el contexto del Paro Nacional? Estas declaraciones del ministro Molano le valieron una cita por parte del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia al embajador de Colombia.

Más de 70 años después no existe modificación sustancial en la política exterior colombiana, muy a pesar del paréntesis que se tradujo en el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, que recientemente cumplió un lustro desde su firma.

Mucho tiene que ver la naturaleza obstinada y contrahecha del acuerdo, pues recordemos que casi al mismo tiempo en que se negociaba, el Gobierno de Juan Manuel Santos, sumaba a Colombia como socio global de la OTAN, brazo armado de trasnacionales estadounidenses y europeas como lo ha descrito Nicola Hadwa Shahwan.

Fue en la década de los años cincuenta del siglo pasado cuando Colombia se situó en el mapa bélico y militarista internacional con su presencia en la Guerra de Corea. Lo anterior se entiende a partir de la injerencia estadounidense en territorio colombiano, la cual estuvo marcada desde la misión conjunta del Departamento de Estado y la CIA, el Columbian Surveys Team, desarrollado en el gobierno de Alberto Lleras Camargo.

Dicha mancuerna punteó la pauta para la sistematización de una montura anticomunista y reorientó a las fuerzas armadas colombianas hacia la seguridad interna y su permanente entrenamiento contrainsurgente de corte internacional.

Así, tal misión acogió, no solo lo aprendido por los estadounidenses en la Guerra de Corea sino, sobre todo, los primeros años de la guerra de Vietnam. Con esto, incluso, se anticipó el desarrollo de estrategias de la llamada “guerra moderna”, que fueron aplicadas por los Boinas Verdes en países del Cono Sur.

Es este contexto en el que surgieron en Colombia las Organizaciones Agrarias de Campesinos (1953), tras negarse a recibir la amnistía promovida por Rojas Pinilla, la cual de ninguna forma invitaba a solucionar el problema agrario.

Estas organizaciones trastocaban seriamente los intereses de la oligarquía latifundista, debido a que, si las operaciones contrainsurgentes colombianas tenían su punto de inflexión en la Réspice Polum, las autodefensas campesinas hallaron una marcada influencia en la Revolución Cubana, especialmente cuando adquirió el carácter político-ideológico marxista-leninista.

Estas directrices de política exterior siempre han encontrado su correlato al interior de Colombia, articulando y reconfigurando una triada de enemigos en las llamadas tres guerras implícitas: el combate al comunismo, la lucha antidrogas y la guerra antiterrorista.

La doctrina Réspice Polum enmarcó la primera guerra implícita en Colombia, fundamentada en el panamericanismo y especialmente en el anticomunismo, lo que impactó gradualmente en la cultura política de la mayoría de colombianos con una profunda militarización social (la cual inserta a una dinámica social de guerra permanente total y naturaliza la cultura de guerra).

El fenómeno que se dio, por lo tanto, fue el rechazo de la propuesta de Alfonso López Michelsen, titulada Réspice Simili (mirar a los semejantes). Con esta negación, desde entonces los gobiernos colombianos han despreciado las relaciones sur-sur, pese a que constitucionalmente Colombia se basa en la Doctrina Réspice frater.

El resto de este andamiaje vino con la internacionalización del conflicto armado a través del Plan Colombia ampliado por la Doctrina de Política y Seguridad Democrática. ¿Les dice algo las frases “narcoterrorista” o “castrochavismo”?, pues estos inventos socio-lingüísticos cargados de ideología neoconservadora y guerrerista pero pueriles de contenido político real (no son más que amasijos de adjetivos y sustantivos) que Álvaro Uribe tanto disfruta vociferar, se convirtieron en estandartes de la política exterior colombiana.

Estamos ante una política exterior ruin (con su equivalente interno) cuyos mensajeros, ebrios de un poder beligerante, no sufren el costo político de sus supuestas impericias, pues el peso de sus discursos cargados de violencia encuentran un eco abrumador dentro y fuera de Colombia. ¡No son torpezas diplomáticas, es política de Estado…es política de la muerte!


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