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El sandinismo parece sólido, el consenso del que goza es muy fuerte.

El sandinismo parece sólido, el consenso del que goza es muy fuerte. | Foto: IPY

Publicado 6 noviembre 2021



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La interminable ofensiva de Estados Unidos contra Nicaragua, producto de un rencor de un siglo, nos dice por sí misma dónde está la razón. Dirán

No es lo mismo informar sobre las elecciones en Nicaragua que en cualquier otro lugar. En el contexto regional centroamericano, es el único país que acude a las urnas bajo las sanciones de Estados Unidos. Que de remate van acompañadas de las que están amenazadas - la ley Renacer y otras - y de los ataques de censura en las redes sociales.

Por otro lado, la Nicaragua sandinista es el único país de la región que Washington considera un enemigo, o más bien - como dice una cómica y perversa disposición presidencial firmada por Trump - "una amenaza de inusual gravedad para la seguridad nacional de Estados Unidos".

Las elecciones en Nicaragua son, por lo tanto, una historia diferente a las de Centroamérica en su conjunto. Ningún otro país de la zona sufre una polarización política tan aguda, precisamente porque ningún otro país centroamericano se proclama independiente de Washington y legisla exclusivamente a favor de sus intereses nacionales y no a favor de los de Estados Unidos. En esta tierra de lagos, volcanes, océanos y alegría, el sandinismo ha trazado una línea clara, imposible de cruzar, entre un "antes" y un "después".

Sobre ese "antes" y "después" se han escrito dos historias irreconciliables, dos ideas de lo que debe ser un país, un pueblo y un destino que han representado la esencia del conflicto entre la derecha y la izquierda.

Sí, aquí no estamos en Europa: los dos términos siguen vigentes, resisten el desgaste de la semántica distorsionada por la politiquería, cuentan historias distantes y dibujan escenarios opuestos, representan dos alternativas claras e irreconciliables, ambas ya aplicadas en carne propia.

El país de hoy, gobernado por el sandinismo en los últimos 14 años, no se parece ni de lejos al gobernado por 16 años de liberalismo post-somozista. Puedes jugar con las definiciones, puedes hacer que las palabras bailen de puntillas, puedes cambiar los hechos por las opiniones, pero no puedes apartar los ojos de la mirada.

Y el punto de vista dice que aquí y ahora se habla de suelos y ya no de tierra batida, de techos y ya no de cuerpos en deuda y miedo con los elementos. Se trata de hospitales y luz, se trata de alimentos, se trata de casas y escuelas, se trata de carreteras y de jubilaciones. Se trata de la reducción de los privilegios de clase en paralelo a la ampliación de los derechos sociales colectivos. Aquí salen a relucir las selecciones antinaturales basadas en la riqueza, las distorsiones raciales y las vocaciones de obediencia al Malinche. Aquí hay pruebas generales de igualdad, certificados de derechos ciertos.

Por esto quizá, los cañones mediáticos que convierten la libertad de prensa en la libertad del propietario del medio han sido implacables. Tinta mojada en veneno para poner toda disidencia bajo el mando del odio, para convertir toda discusión en guerra. Fue un intento de eliminar el debate político como primer paso para derribar el sistema político.

La reiterada agresión a Nicaragua desde 2018 hasta hoy tuvo y tiene todos los síntomas de una operación de cambio de régimen. Una maniobra de pinza entre el mundo exterior y el interior, un intento de golpe de Estado que no tenía nada de suave. Fue precisamente esta ofensiva política, diplomática, mediática y militar la que obligó al sandinismo a responder con firmeza, sin vacilaciones ni cautelas.

La respuesta tenía que ser sin apelación, para las florituras de la dialéctica no había tiempo. No hubo vacilación ni incertidumbre a la hora de evaluar los coeficientes de riesgo, la conveniencia o la oportunidad política: la respuesta fue siempre oportuna y dura. Leer lo que era claramente una corrida de toros como una partida de ajedrez parecía inútil. Responder amablemente a la infamia parecía fuera de lugar.

El partido del 7 de noviembre es especial, ya que el adversario está en el campo pero el enemigo está en las gradas y en la retaguardia. Hay seis partidos que compiten con el FSLN por la victoria electoral, pero el enfrentamiento es con Estados Unidos, que a su vez arrastra a sus dependencias - la Unión Europea y la OEA - a la agresión.

Los programas electorales apenas salen de las filas de la oposición. Comprensible, ¿qué se supone que deben decir? ¿Que quieren privatizar lo que ahora es público? ¿Que quieren devolver Nicaragua a los Estados Unidos? Es difícil preguntar a los nicaragüenses si están dispuestos a volver a los tiempos de hambre del neoliberalismo, y no menos difícil pedirles que elijan entre la independencia y la anexión.

El sandinismo parece sólido, el consenso del que goza es muy fuerte. Si es así, ¿el resultado es una mera formalidad? No, porque en primer lugar la expresión de la soberanía popular nunca es una formalidad, y en segundo lugar porque este nombramiento fue boicoteado y perjudicado por los propios enemigos del sandinismo.

Por ello, la celebración del voto adquiere el doble valor de rito democrático y de desafío político, de reafirmación convencida de la soberanía y de reiteración de un camino decidido por los nicaragüenses en Nicaragua y no por otros y en otros lugares.

Las encuestas de los últimos meses no ofrecen ninguna posibilidad de interpretación. A menos que se produzca un impensable retroceso, el resultado es otra victoria abrumadora del Frente Sandinista. Sin embargo, si realmente se quiere buscar un aspecto menos descifrable, entonces es mejor ocuparse del desvío.

La insidia, de hecho, para el FSLN radica sólo en la abstención. Es decir, en ese mecanismo de apatía y suficiencia que se determina en escenarios donde todo parece darse por sentado.

Foto: Cortesía

La participación en la votación será máxima, aunque un 40-45 por ciento sería más que suficiente para responder a las críticas de quienes no llegan ni al 35 por ciento de participación. Por otra parte, las elecciones en Nicaragua son un asunto serio sobre el que Washington haría bien en evitar críticas y amenazas. Basta recordar la farsa de las últimas elecciones en EE.UU. para entender que impartir academia desde la tribuna de los ignorantes no es serio.

La interminable ofensiva de Estados Unidos contra Nicaragua, producto de un rencor de un siglo, nos dice por sí misma dónde está la razón. Dirán todas las infamias para deslegitimar el voto, pero la verdad es que las elecciones son libres y transparentes.

El miserable espectáculo de las amenazas, la censura y las agresiones no impedirá una nueva ovación. Las urnas en Nicaragua serán mágicas: las papeletas entrarán en el fino espacio de la urna y saldrán como palomas. Volarán impertinente y alegremente de abajo a arriba, descubriendo nubes, como dicta toda esperanza.


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