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Publicado 18 mayo 2022



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Para el filósofo nacido en Seúl, Corea del Sur, Byung-Chul Han, el mundo vive hoy una nueva crisis, una transición crítica de la cual parece ser responsable “otra transformación radical: la revolución digital”.

En nuestros países latinoamericanos y caribeños, y mucho más allá, a la hora del café es común preguntar: ¿cómo lo quieres, ¿cómo te gusta? Es una pregunta amistosa, fraterna, cargada de sentimientos, de familiaridad que, por lo general, recibe una respuesta impregnada de calor humano. Bien lejos, esa simple pregunta, de las nuevas posturas de las y los cibernautas, esclavos de la web, que ante cualquier texto o imagen que reciben, responden con una manita con el pulgar alzado que significa “me gusta”. Es el famoso “like” que limita al mínimo cualquier forma de comunicación, que castra el pensamiento y elimina el lenguaje.

En su libro “La psicología de las masas”, Gustave Le Bon define la modernidad como la “época de las masas”. Desde su visión teórica, Le Bon desarrolla una visión donde el pensamiento humano está en vías de transformación. Para él, explica Byung-Chul Han, el presente es un período que está en transición y anarquía. Para Le Bon, la sociedad que nos espera estará fundada en el poder de las masas. Será el momento del poder de la voz del pueblo. Él creía que el derecho “divino de las masas suplantará al poder del rey, de los gobernantes”.

Sin embargo, para el filósofo nacido en Seúl, Corea del Sur, Byung-Chul Han, el mundo vive hoy una nueva crisis, una transición crítica de la cual parece ser responsable “otra transformación radical: la revolución digital”. La nueva masa, afirma, a la cual nos enfrentamos es el llamado enjambre digital. Donde, por cierto, no existe ninguna masa porque no es inherente a “ninguna alma”. No existen espíritus que marchen, que tengan nombres por los cuales llamarles. Es el mundo donde los afectos ya no los exteriorizo, no los escribo y menos los desarrollo. Basta con que los represente. Ya no respondo explicando las propiedades aromáticas, espirituosas y eróticas del café, no, conque envíe la famosa manito de “me gusta”, eso da por complacida a la audiencia. Es el imperio del mundo de los símbolos, de los algoritmos de que habla el psicoanalista vienés, Otto Door. Es la nueva manera de dominar al otro, de hacerlo dependiente, de vengarme de él. De controlarlo en cuerpo y alma, aún sin haberlo visto jamás. Todo lo controlo desde un complicado sistema virtual que se instituye en la nueva dictadura instaurada, instalada en cualquier lugar del planeta, hasta en un viejo y sucio garaje donde la vida transcurre sin sospecha criminal alguna.

En su libro “La psicopolítica”, Byung-Chul Han, al tratar el tema del “idiotismo y la dictadura de la transparencia” es categórico al afirmar que todo dispositivo, toda técnica de dominación, genera a la vez objetos de devoción que se introducen con el fin de someter (al otro). Coloca como ejemplo al Smartphone, “objeto de devoción digital”. Es un aparato que funciona como el rosario, afirma. Es como un pequeño demonio en manos de un usuario inerte que se limita a seguir sus instrucciones. La dominación se perfecciona al delegar uno en el bendito aparato cada uno de nuestros pensamientos.

Allí está la fórmula que todo lo resuelve. El “me gusta” es el amén digital. Es la palabra clave. Es la trilogía cristiana del padre, del hijo y del espíritu santo. Cuando hacemos clic (palabra creadora del nuevo verbo cliquear) en el botón “me gusta”, nos sometemos a un “entramado de dominación” afirma Han. El Smartphone no solo es un eficiente aparato de vigilancia, es también un confesionario móvil. Es el cura de Facebook, que te clasifica y te pone a comprar, a creer, mirar y pensar lo que ellos quieren.  Es así como nace y crece el idiota moderno, desligado de la realidad, desinformado incapaz de pensar, esclavo del nuevo enjambre de la dictadura digital. Es el hereje moderno que se presta para cualquier cosa menos para lo bueno. De allí que el idiota no comunique nada, pues se comunica con lo incomunicable. Vive sumido en la quietud, en el silencio, en la soledad, en lo absurdo, en la idiotez.

La manito de “me gusta” es un misil lanzado al cerebro de los usuarios de los teléfonos celulares. Los stikeres son el nuevo alfabeto en los diferentes idiomas. Muy pronto veremos a los maestros y profesores enseñando la nueva estructura gramatical de la oración sobre la base del sujeto, verbo y predicado, convertidos en stikeres y la Realísima Academia de la Lengua, aplaudiendo los nuevos giros del idioma. Es el nuevo “ídiot savant” de que hablaba Strauss. Es el síndrome de los padres y madres regalando a diestra y siniestra a sus hijos, Tablet, móviles y demás jugueticos electrónicos, mientras éstos arruman en el armario de los trastos a los diccionarios y a los libros. Para qué leer, pensar, si otros pueden hacerlo por nosotros. Es el imperio del mundo de los símbolos donde el subconsciente es el amo y el consciente es el esclavo. Donde el cliente es el paciente a la vez para ser tratado por la nueva medicina digital en una sociedad secreta, sin rostro, donde dominan más los afectos y valores negativos que los positivos. En este nuevo reino de lo digital, tenemos que gritar a los vientos: el lenguaje ha muerto, ya no existe, su complejidad no facilita los negocios. Sustituyámoslo por el nuevo lenguaje de los símbolos que ahorran espacio y papel, que abaratan los costes. Volvamos al criptograma primitivo, ahora convertido en algoritmos controlados desde un computador para controlar el cerebro humano. Pongamos fin al mito de la inocencia y que impere la nueva agresión virtual. Disfrutemos la idiotez de los idiotas. Qué nos importa la identidad de nadie, nos interesa más bien apertrechar la incapacidad de los otros, eso ha de ser el norte de sus nuevas conductas. Ya nadie necesitará manos, esas conque nos apoyábamos. Ahora, con la manita de Facebook basta.


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