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En Bolivia se patentó una vez más la frase de que en política, no existen palabras ingenuas.

En Bolivia se patentó una vez más la frase de que en política, no existen palabras ingenuas. | Foto: EFE

Publicado 28 julio 2022



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Bolivia fue una experiencia muy dura y cruel. Fue un doctorado cursado por el pueblo y aunque los amagos e intentos ultraderechista persisten, la lección ha debido ser aprehendida.

La justicia y la igualdad siempre son esperanza. El resentimiento, el escarnio y el racismo no pueden serlo. Eso es la derecha, que quiere construir un mundo futuro fundado en la bilis y el odio. Nosotros, por el contrario, tenemos que construir un mundo alegre, fundado en la justicia y en la igualdad”.

Álvaro García Linera.

El golpe de Estado que sacó al presidente Evo Morales del poder en Bolivia, tuvo raíces profundas. No se trató simplemente del accionar de un grupo de fascistas y fanáticos religiosos. Como bien lo apunta Álvaro García Linera, “... fue un golpe contra la igualdad, contra el ascenso social y político de los pueblos indígenas que, al fin, después de siglos de opresión y colonialismo interno, conquistaban ciudadanía y poder. El golpe de Estado era contra ese ascenso social indígenapopular que ahora ocupaba con orgullo las calles, los ministerios, el Parlamento, las embajadas, las gobernaciones regionales, las decisiones de Estado. Esto significa que las luchas por la igualdad tienen sus contraefectos y contrafinalidades”. (Álvaro García Linera, José Luis. La política como disputa de las esperanzas. 1ª ed., digital. Buenos Aires. CLACSO, 2022).

En el Estado Plurinacional de Bolivia se venía (se continúa) construyendo un hermoso proceso político-social de cambios profundos. Se inició con la promulgación en 2009 de la nueva Constitución, en la cual se estableció que la igualdad es la construcción de un horizonte moral superior. Pero ese objetivo tiene su contraparte: el resentimiento de los igualados contra los que se igualan.

El golpe de Estado contra el presidente indio tenía como objetivo primordial, evitar que ese proceso igualitario se consolidara. Como lo señala García Linera, en Bolivia, durante siglos hasta la asunción al Gobierno de Evo en 2006, un sector privilegiado, de apellido extranjero, de piel blanca, de educación universitaria en el exterior, con dominio de idiomas extranjeros, había asumido que la tierra, el poder, el gobierno, el respeto, los ministerios, las cancillerías, las obras, las contrataciones con el Estado le correspondían por derecho natural, de apellido y linaje.

A Evo no lo derroca un grupo de desadaptados. El racismo en su expresión más institucionalizada, el neofascismo radical se ideologizó en las mentes de los que desconocieron la voluntad popular. En este orden colonial republicano, sostiene García Linera, los indios, los campesinos, la gente del pueblo, el aymara, el quechua, el guaraní, estaban para trabajar la tierra y para construir edificios, cocinar el alimento de los patrones y barrer sus calles.

A su vez, el poder político, el prestigio y el mando estaban asignados, por la naturaleza moral de las cosas, a una élite que se creía blanca y con apellidos de alcurnia. Era la colonia revivida, reedificada por mandato imperial para esclavizar de nuevo a los bolivianos y someterlos a la barbarie para que regresaran a vivir en el pantanal de las desigualdades de la ignominia. Evo era muchas cosas, en particular, un quiebre con el viejo orden moral y ético. Era la primera vez que un indígena llegaba a la Presidencia de Bolivia. Eso la derecha no lo iba a perdonar de manera fácil. El nuevo Estado Plurinacional había que demolerlo. Esa fue la tarea que le encomendaron a Jeanine Áñez que con el libro de los cuatro evangelios debajo del brazo y apoyada por militares traidores, entró a la sede del Palacio Presidencial a golpe de sables y de balas.

La llegada de Evo al poder, refiere García Linera, significó el quiebre del viejo orden moral de las cosas. Había un presidente indígena, un canciller indígena, una bancada de senadores y diputados de los cuales el 55 por ciento eran dirigentes sociales obreros o líderes indígenas. Las funciones del Estado, los ministerios, los viceministerios, las direcciones, las empresas públicas eran dirigidas ya no por las viejas élites aristocráticas y blancoides, que se creían superiores, sino por Quispes, Mamanis, Tolas, Aruquipas, es decir, por los apellidos de la gente de pueblo, de la mayoría del país.

Fue un hecho de construcción radical de igualdad. De la mano de rebeliones sociales y del triunfo electoral de Evo, ellos se volvían poder, lo encarnaban por primera vez y, así, se igualaban con los que siempre habían considerado que esos espacios eran de ellos por derecho, apellido y estirpe. Esos sectores reaccionarios igualados aguantaron cinco, diez años, pero ya no estaban dispuestos a aguantar más y juntaron odio, resentimiento contra este proceso de igualdad. Y lo vomitaron en 2019, matando, encarcelando, persiguiendo y torturando a trabajadores.

La igualdad, que es un objetivo humano supremo, tiene entonces un precio. Esa es una lección para todos y es algo que uno tiene que prever. Los que tenían los privilegios habrían de protegerlos, incluso violentamente; habrían de enroscarse y “enfeudarse” en ellos. Una vez más, no estaban dispuestos a compartirlos. El viejo poder colonial-imperial reaparecía en Bolivia a sangre y fuego. Una nueva cruzada seudo religiosa iba en busca del Santo Grial.

La búsqueda de igualdad se convirtió en una afrenta ante los ojos de los privilegiados. Era algo insoportable para ellos. Les producía urticaria el olor de los indios. Apestaban ante los ricachones y las damas encopetadas de La Paz. Lejos de buscar compartir y competir por esa justicia social, la derecha se atrincheró y radicalizó. Entonces, en 2019, como no pudieron asesinar a Evo, lo primero que hicieron fue quemar la Wiphala, la escupieron y pisotearon. En esta quema de un símbolo indígena está representada toda esa voluntad de deshacerse de los indios igualados que habían dejado de ser súbditos para convertirse en ciudadanos con idénticos derechos. Ellos quemaron la Wiphala y entraron al Palacio de Gobierno con la Biblia en la mano, como siglos atrás lo hizo Pizarro en Cajamarca, señala García Linera.

Como bien escribe Saramago, en todas las épocas siempre ha habido algo o alguien para mecernos y gobernar: con sus promesas de eternidad nos meció y gobernó la religión. Las grandes mentiras son las primeras que creen profundamente los engaños que proclaman como verdades. (Saramago, José. La mano que mece la cuna. Revista Visáo. El cuaderno del año del Nobel. Buenos Aires, Argentina, 2018).

En Bolivia se practicó un nuevo fascismo, muy diferente al fascismo clásico cuya expresión más clara fue el desarrollado en la segunda gran guerra, particularmente por Adolfo Hitler y Mussolini. El fascismo contemporáneo, afirma Chantal Mouffe, se manifiesta en las llamadas democracias liberales en las crisis profundas de representación que se manifiesta en los descontentos de la militancia y en el surgimiento de movimientos anti-establishment. Es la respuesta a explosiones de pasiones irracionales.

Este llamado neofascismo, en opinión de Alain Badiou, es una subjetividad reactiva y es intracapitalista, puesto que no propone otra estructura del mundo. Es parte de los cambios en sus paradigmas que la derecha hace, según lo afirma Jean-Yves Camus. Cuando la táctica de la aritmética electoral ya no les satisface, se les agota, la derecha se reinventa, vuelve por sus fueros, ya ven innecesario el combate en las urnas y por eso mutan hacia formas espeluznantes para hacer de la política una entelequia. (Neofascismo, ¿Cómo surgió la extrema derecha global y cuáles pueden ser sus consecuencias? Capital Intelectual. Buenos Aires, Argentina, 2022).

Bolivia fue una experiencia muy dura y cruel. Fue un doctorado cursado por el pueblo y aunque los amagos e intentos ultraderechista persisten, la lección ha debido ser aprehendida. El empoderamiento de lo popular ha de continuar consolidándose. Según el profesor García Linera, Bolivia nos deja una gran lección para tener siempre presente: las derechas son democráticas en tanto no se afecten sustancial y estructuralmente sus privilegios de casta y apellido, sus posesiones y sus prerrogativas. Cuando estos se ponen en riesgo en pos de la igualdad, ellas se sacan el traje de demócratas, se quitan el candado de la lengua, que limitaba el exceso de sus palabras y de su furia, y se desata el odio en el discurso, en la palabra, en la acción sobre los cuerpos populares, especialmente de las mujeres.

En Bolivia se patentó una vez más la frase de que en política, no existen palabras ingenuas. El neofascismo lo sabe, son versátiles en eso. De allí que el profesor García Linera lo precisa con gran maestría: Hoy el neoliberalismo es el defensor de un mundo en retroceso, no un constructor de futuro.


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