La victoria de Donald Trump debe ser bienvenida y saludada con entusiasmo por todas aquellas personas que repudian y se oponen a las políticas neoliberales. Tan bienvenida o más que el Brexit. Porque ambos fenómenos sociales implican un freno y una poderosa resistencia a las políticas diabólicamente empobrecedoras instauradas hace 40 años por Margaret Thatcher y Ronald Reagan.
Donald Trump ha dicho que piensa repudiar el tristemente célebre Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) que tanta pobreza y desempleo ha generado en México y, también, en Estados Unidos. Y ha manifestado igualmente que piensa sacar a su país del Acuerdo de Asociación Transpacífico (ATP).
Pero así como en los sectores sociales progresistas, antineoliberales y antiimperialistas ha sido recibido (o debe ser recibido) con beneplácito el triunfo de Trump, en el lado contrario, el del conservadurismo y el neoliberalismo, esa victoria ha sido vista como una catástrofe.
El triunfo de Donald Trump es en rigor una rebelión contra el orden neoliberal. Y podría decirse, guardando todas las proporciones que haya que guardar, que esta rebelión es equivalente a la insurrección electoral protagonizada por Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 contra ese mismo orden neoliberal inaugurado en México seis años antes por el presidente Miguel de la Madrid y por el corruptísimo y odiado Carlos Salinas de Gortari.
Y parecida, igualmente, a las rebeliones antineoliberales de Lula en Brasil, de Evo en Bolivia, de Correa en Ecuador, de Ortega en Nicaragua, de Lugo en Paraguay, de Néstor y Cristina en Argentina, de Chávez y Maduro en Venezuela. Y también semejante a la derrotada insurrección electoral griega llamada Syriza. Y asimismo semejante al movimiento, un tanto inconsecuente, de Podemos en España.
La gran diferencia entre la rebelión antineoliberal encarnada en Trump y el resto de los movimientos antineoliberales mencionados es que la trumpiana se da en el mismísimo imperio y no en la periferia subyugada, incluida en ésta, desde luego, el propio Brexit.
De ahí, precisamente, la enorme preocupación de las burguesías yanqui y periféricas por el triunfo de Trump. El buque insignia cambió de bandera. Y ese cambio de bandera significa cambio de rumbo. No más libre comercio a ultranza, no más libertinaje financiero, no más especulación financiera como la principal fuente de enriquecimiento empresarial.
Era y es tal el hartazgo con las políticas neoliberales que el triunfo del antineoliberal Trump se veía venir desde lejos. Por eso las grandes cadenas mediáticas, transnacionales y criollas, y las empresas encuestadoras, tan fraudulentas como neoliberales, hicieron todo lo posible por descarrilar al candidato Trump. Y si bien lograron engañar a millones de personas en Estados Unidos y en todo el mundo, el empeño manipulador y mentiroso no tuvo éxito.
A Donald Trump le han dicho misógino, machista, racista, xenófobo. Pero nunca lo calificaron con el rasgo que fue decisivo en su victoria: ser antineoliberal. Esa característica lo llevó a la victoria. Y si las grandes cadenas de medios de comunicación y las burguesías criollas y gringa no le reprocharon ser antineoliberal se debió a que entendían que haberlo calificado así habría contribuido a una más sólida y amplia victoria.
De aquí en adelante el neoliberalismo tendrá que luchar contra la corriente. A partir de ahora todo será cuesta arriba para esas ideas nefastas. Las ideas de Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Fernando Henrique Cardoso y Mauricio Macri, entre otros. Con el triunfo de Donald Trump, el buque insignia ha cambiado de rumbo. Y los barquitos de esa flota están disgustados, preocupados y temerosos.