Palabras de una madre | Blog | teleSUR
16 julio 2015
Palabras de una madre

Me llamo Abya Yala, pero me dicen América. África y yo somos hermanas separadas al nacer, como nuestros perfiles lo demuestran. Soy la más alta, llego de polo a polo, pero África fue la primera en tener hijos, que cubrieron la tierra. Mientras tanto, aislada por los mares, estuve sola mucho tiempo y fui la última poblada por humanos, que me llegaron medio blanqueados por el frio: unos por el norte, cubiertos de pieles, otros por el mar, cubiertos de sol. En mí, encontraron el jardín de las delicias, como corresponde a una mujer madura: grandes ríos, largas cordilleras, altísimas cascadas, inmensos bosques, selvas y llanuras. Todas las riquezas que se necesitan para formar un mundo.

Palabras de una madre

Mis humanos crecieron y se criaron según el ambiente que les tocó en suerte: los selváticos, que lo tenían todo, fueron más lentos porque apenas tenían que adaptarse, a los otros la necesidad los obligó a crear y transformar. Así nacieron mis naciones, en pequeñas comunidades armónicas y dispersas, o en grandes imperios que edificaban y conquistaban. A los pequeños le bastaban sus dioses naturales, pero las grandes civilizaciones requerían dioses terribles y complejas cosmologías. No todo era idílico, es cierto, también se disputaban y peleaban, ya se sabe como son los hijos, pero no puedo quejarme: eran susceptibles de bondad, avanzaron en la agricultura y el comercio, se elevaron al dominio de las ciencias y crearon ciudades asombrosas. Se llevaban bien con la naturaleza, y cuando, a sabiendas o no, la atropellaban, ella les hacía pagar un alto precio: Nazca, Isla de Pascua, Petén son tristes vestigios de ese error.

Y así, por miles de años, siguió el curso natural de las sociedades humanas hasta que, hace 5 siglos, por mar, llegaron los israelíes... perdón, los europeos, y comenzó la catástrofe. Los invasores traían armas desconocidas: cañones y arcabuces, caballos que impresionaban y perros que eran verdaderas maquinas de muerte. Pero, lo peor que trajeron fueron sus enfermedades: las del cuerpo que diezmaban a la gente, las del alma que eran la codicia y la crueldad, el racismo y el miedo, las cuatro hadas malignas del dinero. Desterraron a los dioses, prohibieron las lenguas, borraron milenios de sabiduría, impusieron sus idiomas y creencias. Por tres siglos saquearon mis riquezas, esclavizaron a mis hijos, y cuando éstos se agotaron, fueron a secuestrar, y esclavizar a los hijos de África. Hicieron desiertos que llamaron paz, organizaron una inmensa injusticia que se llamó Imperio.

Pero el tiempo hace milagros: las razas se mezclaron, los descendientes de los invasores comenzaron a amarme y a sentirse parte del maravilloso nuevo mundo en que vivían. Se rebelaron contra Europa y sus imperios, combatieron grandes guerras y fueron, finalmente, independientes. Pero llevaban en ellos el prejuicio y la injusticia de sus padres, y la nueva América se siguió pensando como Europa y, como ella, estuvo dividida y de espaldas a la gran realidad común del continente. Pero el amor, la razón, la rebeldía, siguieron exigiendo más, reclamando unidad y alimentando con héroes la hoguera en que se quema a los herejes. Por mucho tiempo mis mejores hijos murieron en prisión, en la tortura, o con las armas en la mano, como todavía sucede en los enclaves que conservan los imperios a través de traidores y malinches, donde siguen sacrificando jóvenes a los dioses del oro y del poder.

Pero eso son sombras de la noche triste que se resisten a la luz del alba: hace muy poco algunos de mis pueblos comenzaron una nueva era, y comprendieron, al fin, la importancia de la unidad en la diversidad, del pensamiento propio, entendieron que eran como un archipiélago, unido por lo que antes creían que los separaba. Selvas, mares, y ríos, llanuras y desiertos, dejaron de ser obstáculos y tapones, se volvieron caminos hacia el gran secreto de Abya Laya, hacia el aflorar de la América profunda. Mis nuevos hijos comprendieron la importancia de las lenguas y el pensamiento originarios. Decidieron conocerse para ser hermanos, para ser libres, para mostrarle al mundo una verdadera familia de pueblos y una nación de naciones que nace del pasado y se va haciendo presente y futuro para la Humanidad. Mis hijos finalmente quieren y pueden nombrarse, decirse y escucharse, mostrarse y verse como son. Para lograrlo, hace diez años fundaron teleSUR. 


teleSUR no se hace responsable de las opiniones emitidas en esta sección




Perfil del Bloguero
Filósofo y periodista de trayectoria, nacido en el oriente venezolano. También es escritor y articulista en medios digitales como Aporrea.org. Es conocido como “Profesor Lupa” por la fundación de un programa radial dedicado a la batalla mediática.



Comentarios
0
Comentarios
Nota sin comentarios.